Una crisis esperada
Madrid Actualizado: GuardarNuestros padres o abuelos trabajaron con el sudor de su frente, callosas y arrugadas sus manos y sin cremas hidratantes que borraran sus labradas arrugas. Se conformaron con poco: un plato en la mesa con la familia a su alrededor, contemplar el cielo para saber el tiempo –sin necesitar un programa de 30 minutos para acabar diciendo que lloverá o hará sol–, y paseos el fin de semana por los campos cercanos. Su felicidad era trabajar bien y sentirse amados y amar. Cada vez que echaban una moneda en la hucha estaban satisfechos: «Nunca se sabe qué puede pasar», aseguraban. Y acertaban. Ahora muchos de estos abuelos mantienen a sus hijos o nietos. Que gastaron más de lo que ganaban, que compraban más de lo que necesitaban, que necesitaban menos de lo que creían. Quizá la famosa crisis nos haga recapacitar y buscar el termino medio de una vida que era y es evidente que no conducía a nada bueno.