Profesiones en peligro de extinción
Oficios con siglos de tradición se acercan a su desaparición en un mercado laboral cambiante que cada vez apuesta menos por los trabajos artesanales
Actualizado: GuardarEl paso de los años provoca muchos cambios en el mercado laboral. En multitud de ocasiones resultan inevitables, poco a poco nacen nuevas profesiones que se hacen un hueco en la sociedad y terminan por convertirse en una pieza más del engranaje productivo. Pero como en toda contienda, estos cambios causan unos daños colaterales que hacen mella en profesiones con mucha solera, arraigadas especialmente en los pueblos. Unos empleos nacen y otros deben morir. Labores que han dado de comer a cientos de vecinos y que ahora sobreviven en las manos arrugadas de los que les han dedicado su vida. Estos últimos profesionales de lo suyo, son historia viva de los pueblos y sólo el tiempo va privando de conocer una realidad que, aunque no es tan lejana, cada vez cuenta con menos testimonios en primera persona.
El paso del tiempo ha cambiado en los Pueblos Blancos de la Sierra cuestiones tan arraigadas como el encalado de sus fachadas, que precisamente es lo que da sentido a esta denominación turística. Los vecinos mantienen la tradición de manos de cal blanca a sus fachadas, aunque ya nadie busque para ello a un calero que la venda. Entre otras cosas porque ya no existe ninguno.
Otros oficios como los de piconero, espartero, guarnicionero artesano o zapatero, entre otros, también están pasando a la historia, aunque algunos mayores se empeñen en mantenerlas vivas tras sus jubilaciones. Estas profesiones seguirán, inevitablemente, el camino de los pregoneros o serenos que ya abandonaron estas calles.
José Moreno 'El Mochuelo': "Me distraigo practicando lo que me husta, mi oficio"
Preguntar en Arcos por José Moreno podría no resultar muy esclarecedor para aquellos que buscan a todo un maestro de la guarnicionería, de cuyas manos salen auténticas obras de arte. No obstante, si por quien se pregunta es por El Mochuelo, aunque sea la misma persona, rápidamente alguien le pondrá en una senda en la que podrá encontrarle, un camino que inevitablemente pasará por Boliches. Un barrio al que este negocio ha aportado su esencia, hasta el punto de que la zona su olor característico a pieles.
Con apenas siete años El Mochuelo ya comenzó como recadero en un negocio de este tipo y allí comenzó a aprender un oficio que hoy le ha proporcionado un nombre que todos respetan en este mundo. Aún hoy, a sus 75 años y después de jubilarse, pasa todo su día entre sus herramientas y haciendo lo que sabe y lo que le ha dado la vida, trabajar. A mano sigue cosiendo cada montura, estribera, cabezada y cualquier otra cosa que pasen por su cabeza y sus manos pinten primero en un papel para después trasladarlo a la piel.
José asegura que estar entre sus pieles es lo que le da la vida. «Yo soy feliz con una cuchilla en mi mano e ideando lo que puedo hacer», además asegura sentirse orgulloso de «hacer un producto que no se hace hoy en día, lo que yo hago es prácticamente para toda la vida y dedico muchas horas a que todo salga como yo considero que tiene que salir».
La guarnicionería es una de esas profesiones que se han ido transformando y que de momento van teniendo cabida en el mercado. La gran afición que hay a los caballos mantiene este oficio aunque lo que sí se está perdiendo es el modo de tradicional de ejercerlo. Lo que se encuentra en peligro de extinción son los artesanos y artistas que daban forma a las pieles y que no tienen preparado un relevo generacional para seguir adelante.
Francisco Ramos, Piconero: "Apenas sabía dar un paso y ya tenía las manos negras"
Una vez que el verano da sus últimos coletazos, llega el momento de abrir los altillos para preparar los abrigos que ayuden a sobrellevar el frío invierno. También ha llegado la hora de sacar las estufas y preparar la calefacción para que todo esté a punto. Esta manera moderna de enfrentarnos al frío ha sido la que ha terminado con una profesión muy extendida por los pueblos de la Sierra, la de piconero. No existe ni un solo municipio que no haya tenido familias completas dedicadas a este noble y complicado oficio.
Francisco Ramos es una de esas personas que ha dedicado toda su vida a preparar cisco o picón en el campo para posteriormente venderlo entre sus vecinos de Bornos. Él comenzó en este oficio familiar cuando apenas sabía andar, de hecho recuerda que «no había dado mis primeros pasos y ya tenía las manos tiznadas». Un color que no desaparecería con el paso de los años, ya que ha sido lo que le ha permitido sacar a su familia adelante, aunque no sin dificultad. Paco enseñó a sus hijos a hacer picón pero ya ninguno mantiene la tradición familiar. Esta práctica ha dejado de tener vigencia porque «ni podemos cortar nada en el campo, porque no nos deja Medio Ambiente, ni hay ya gente que quiera comprar el cisco», recuerda uno de los últimos piconeros de la Sierra. Él aún guarda con cariño, casi como un tesoro, los últimos sacos que hizo hace unos años y que «ahora que llega el frío volverán a arder en mi sarteneja», apunta.
A sus 74 años es historia viva no sólo de una profesión que le dio de comer a mucha gente, además de proporcionar calor a otras. Hasta hace no demasiado tiempo cargaba sus herramientas de trabajo, azadas para facilitarle el camino, zoletas y un chimbiri para mover el cisco y se movía por todos los pueblos de la zona, yendo a pie a donde pudiera encontrar cuatro retamas. Allí quemaba las mismas, la dejaba cocer y con el chimbiri lo abría hasta que conseguía enfriarlo. Aunque la jornada no terminaba hasta que lo vendía.
José Perdigones 'El Cabero', Zapatero remendón: "Los arreglos cuentan hoy más que algunos zapatos"
El tan conocido y usado término de la globalización ha transformado el panorama de la indutria del calzado en España, que se concentra sobre todo en Levante. No obstante, este mismo fenómeno también ha cambiado costumbres y tradiciones de las que se encontraban arraigadas en los pueblos, e incluso está terminando con oficios tradicionales como el de zapatero.
Algunos calzados, que generalmente vienen de Asia, se ponen en el mercado español con un precio tan bajo que «en ocasiones sale más caro hacerle un remiendo al zapato que comprar otros nuevos», asegura uno de los últimos zapateros remendones que podemos encontrar en la Sierra, José Rodríguez El Cabero. Además, a eso hay que añadir que el consumismo se ha instalado en nuestras casas y ya no se compra un par de zapatos, como antes, y «esos tenían que ser prácticamente para toda la vida», recuerda el artesano. Además, «hoy no pensamos en reutilizar y aprovechar las cosas, sino que las desechamos y compramos otras», lamentó.
José aprendió el oficio cuando apenas contaba con 17 años y no ha parado ni un solo día, hasta llegar a los 74 años que actualmente tiene. Ya jubilado, sigue manteniendo su actividad. «Esto me gusta y es prácticamente mi vida», asegura. Su gran pena es que aunque alguno de sus hijos aprendió la profesión «nunca ninguno se podrá dedicar a ello porque esto no podría dar para vivir a nadie».
Se hizo zapatero porque había tenido un accidente desde pequeño que le dejó sin poder utilizar su pierna izquierda. «Entonces decidí buscarme algo que no me obligara a hacer grandes esfuerzos porque no podía hacerlos», recuerda. Eso no fue impedimento para que dedicara todos sus esfuerzos a trabajar y salir adelante y de hecho pasó por muchos pueblos de la provincia e incluso a algunos de ellos llegaba con una bicicleta que movía con una sola pierna.
Antonio Rosa 'El Titi', Espartero: "Hoy no se puede vivir de esto a menos que innoves"
El esparto ha sido un material muy utilizado en el campo aunque actualmente tiende a desaparecer. Pocos hombres iban a echar sus peonadas sin llevar un cerón en sus motocicletas o en pocas actividades no se utilizaba este material. Las empleitas de los quesos, por ejemplo, hasta hace relativamente poco tiempo también se hacían con esparto lo que daba a los quesos el característico rallado que ahora se imita con piezas de plástico. Además, en la construcción también se utilizaba para mover piedras y escombros. Usos que han ido desapareciendo.
Pocas son las personas que siguen practicando el oficio de espartero y los que lo hacen prácticamente lo tienen como afición. De familia le viene a Antonio Rosa, que forma parte de una familia de esparteros conocida como los Titis. Su padre le enseñó a él y a su hermano la profesión y ellos quieren continuar con la misma, pese a los tiempos que corren. «Yo me dedicaría al esparto, y eso que soy fontanero, de no ser porque es imposible vivir de esto», aseguró Antonio.
Este oficio se complica aún más si tenemos en cuenta que ya no pueden salir al campo para la recogida de la materia prima. De hecho este espartero está acudiendo a empresas de la construcción que lo usan para conseguirla. Algo que dista mucho de cuando salían al campo los sábados para recoger el esparto. «Íbamos a las seis de la mañana para evitar a los lagartos y serpientes, que salían con el calor, y poder traernos el esparto», recuerda.
Este arcense considera que para seguir manteniendo este oficio resulta fundamental «innovar y así evitar que se muera». De hecho, él se encuentra preparando un proyecto para que los ayuntamientos o cualquier otra administración puedan ofrecer a los mayores la posibilidad de «aprender a hacer algunas cosas de esparto a través de un taller que les ayudará a recordar esta profesión y a ejercitar las manos y la mente», concluyó.