Oro puro
España se cobra la deuda histórica con el Eurobasket al ganar la final a Serbia con otro monólogo insultante que certifica el poder de superación de los de Scariolo
COLPISA. KATOWICE Actualizado: GuardarKatowice sustituye a Saitama en la hoja de ruta de los 'golden boys'. En sus entrañas, España encontró sendas minas de oro. En Japón, de rango mundial. En Polonia, continental. Ya tiene la 'eñemanía' el preciado metal, el color más favorecedor. Ocupado queda el hueco en la vitrina. A la séptima, el mejor entre los vecinos, lo que produce un placer especial. Ya se sabe que del roce nace el cariño o todo lo contrario.
Rebobinando la cinta del Eurobasket, no podía ser otro el equipo campeón. Aunque su mal arranque mancillara más el orgullo que su nombre, la 'roja' se ha transmutado en una apisonadora áurea. Las tres mejores selecciones entre las perdedoras (Francia, Grecia y Serbia) suscriben y dan fe de ello. Quizá algún día, cuando las microgrietas detectadas en Varsovia y Lodz vayan a más y acaben dejando pasar la luz, se sepa el motivo real por el que España derribó dos veces el listón en unas alturas asequibles, casi ridículas.
El tema físico será una de las explicaciones. Pero no cuela que sea la madre de todas explicaciones. Algo pasó, afortunadamente, entre bambalinas. Alguien habló y la mayoría siguió la voz. No fue sólo que la bola pasara por el aro, a lo que antes se resistía. Los propios jugadores desvelaron detalles. «Nos miramos a los ojos y sabemos que vamos a ganar». No siempre fue así en Polonia. La mutación ha sido tan demoledora que el espectáculo ha quedado tocado. Siempre ocurre, por mucho que llueva a favor, cuando un monólogo destruye todas las vías hacia la emoción.
Ante Francia y Grecia sobraron las segundas partes. En la ansiada final, más de lo mismo. En siete minutos, España ya ganaba por trece puntos (20-7). Tardó sólo dieciséis en superar la veintena. De la insolencia serbia, ni rastro. Sin noticias de su calidad, que la tiene. Cuando el vendaval se pone en marcha no queda nada en pie. Pau Gasol, aclamado como MVP, era el demonio ante el que todos los rivales cruzaban los dedos con la señal de la cruz. A la esperanza de la fe se aferraba también Krstic, el baluarte yugoslavo que dibujaba con los dedos el símbolo de la Trinidad sobre su pecho cuando sonaba el himno nacional de su país. Pero no puede haber creyentes cuando el batallón de la eñe abre fuego.
El destino está marcado. El acierto desde la línea de tres (6 de 12 al descanso) se alternaba con el dominio en la pintura, léase Gasol anotando 'alley-oops' y colocando gorros, además de pugnar con un crecidísimo Felipe Reyes en la nómina de la glotonería reboteadora. Lo mismo da que da lo mismo. Con el quinteto de gala (Rubio, Navarro, Rudy, Garbajosa y Pau) o con el alternativo (Raúl, Llull, Mumbrú, Reyes y Marc Gasol). La pegada no se resiente. A lo sumo chirría ligeramente la facilidad de algunos para comerse faltas en sus primeras acciones (Llull y Marc) o los cortocircuitos inherentes a su carácter de otros, como un Rudy capaz de echarse el equipo a cuestas y mostrar su inmadurez a renglón seguido.
Cuestión de genética
España convertida en máquina de matar. Lo lleva esta generación en los genes. Al descanso, la final ya estaba ganada. Los de Scariolo se metieron en bonus al minuto de juego del segundo cuarto. La sociedad Raúl López-Pau Gasol convirtió el problema en una bendición. Borraron la amenaza de que Serbia montara la tienda de campaña en la línea de castigo y prendieron la mecha del segundo cohete. El balance de los veinte minutos a los que reduce este equipo los duelos era insultante. 52-29. La resta es sencilla. 23 puntos de ventaja con la denominación de origen localizada en la defensa.
¿Pau Gasol? En otra galaxia. En 16 minutos otros tantos puntos, 8 rebotes, 2 'alley-oops', 2 tapones... lo que quiso. Y Serbia desahuciada. Del temor planteado por la calidad e incidencia de Teodosic en la clasificación de su equipo para la final, nada de nada. Tampoco el gran Duzan Ivkovic encontró indicios de vida a su derecha en el banco. Su selección estaba clínicamente muerta. Con la cabeza ya más en el podio y la fiesta posterior -los jugadores estarán de celebración hasta que su avión despegue hacia Madrid a las cinco y media de la madrugada-, los españoles se dieron un festín, llevaron al parqué las excelencias del 'jogo bonito' a caballo con las rotaciones para que nadie se quedara sin el merecido premio de sudar la camiseta y recibir la sobredosis de autoridad de un equipo que disputó la totalidad del último cuarto con la banda sonora del campeones, campeones y el banquillo en pleno en pie jaleando tanto las anotaciones como la contundencia defensiva que nunca descendió . Diez minutos en una final centrados en el jolgorio, camino de los treinta puntos de ventaja, éxtasis en estado puro. Llantos, banderas que acababan fuera del alcance de sus dueños, felicidad. El camino ha sido largo, pero con desenlaces así, merece la pena todo. Campeones de Europa. Y lo que te rondaré, morena. Aunque esté en ciernes un relevo generacional al que nadie quiere mentar.