La calle Pozo de la Bomba, en 2008./ A. R.
Ciudadanos

«Cuando veo una nube negra dejo de comer y de dormir»

Algunos afectados por las inundaciones del Pozo de la Bomba, en Jédula, aún no han recibido las ayudas

JÉDULA Actualizado: Guardar
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«Me quita el sueño, me paso la noche andando por la casa y comprobando que no entra agua por las puertas, y no me entra bocado». Así es como Antonia Durán Calero definía los temores que le han quedado tras las inundaciones registradas el 11 de octubre de 2008 en Jédula. En aquella fecha el agua entró en su casa, llegando al medio metro de altura. «Acabando con el sueño y el trabajo de toda una vida», afirma. Aún hoy siguen de obras tratando de recomponer lo que el agua destrozó.

Esta sensación se acrecienta con la llegada de estas fechas en las que se prevé que comiencen las precipitaciones. «El domingo pasé un día horroroso -recuerda Antonia- porque las tormentas y los relámpagos no paraban». Incluso el más pequeño de la casa, su nieto, no cesa de repetirle, cada vez que llueve, «abuela otra vez va a entrar el agua en la casa».

Además de la indefensión que sintieron con la entrada del agua en su casa, desde entonces se vienen enfrentando a los problemas de la burocracia. En aquel momento les prometieron ayudas, por parte de la Administración central. «A nosotros todavía no nos ha llegado, aunque algunos de nuestros vecinos si que las han cogido», asegura el padre de familia, José Gil Naranjo.

El hecho de que la situación pudiera repetirse es algo que atormenta a ésta y a otras muchas familias de la zona. No obstante se han tomado medidas que esperan que sean suficientes para que la situación no se repita. La primera que se tomó fue la de derribar un muro que habían creado junto a la travesía urbana que sirvió de tapón y evitó el desagüe de la zona.

Tanto Antonia como José, e incluso sus propios hijos, saben que aquella experiencia quedará grabada en sus retinas porque vivieron una situación de angustia importante. José y su hijo Jaime se vieron encerrados en la vivienda, con el nivel del agua subiendo y sin poder abrir la puerta porque el nivel que había en la calle era aún mayor. «Mientras estábamos así, nuestros familiares estaban fuera de la casa con la impotencia de saber que no nos podían ayudar», recuerda con tristeza Jaime.