Informar en tiempos revueltos
Actualizado: GuardarCelebramos estos días los cinco años del nacimiento de LA VOZ DE CADIZ, un aniversario que parece a primera vista breve, pero que para quienes hemos estado dentro de la melée, en estos tiempos de vertiginosas transformaciones, de tecnologías revolucionarias, resulta tan dilatado y fecundo, por decirlo finamente, que casi es capaz de colmar toda una vida profesional. Al menos la mía, que ya acumula quinquenios.
Como es bien sabido, la irrupción de las nuevas tecnologías de la información ha cambiado de manera radical, incluso dramática, el panorama de los medios de comunicación. En poco tiempo la digitalización lo ha invadido todo. Me lo recuerda mi amigo Antonio Papell, que me acompaña en esta reflexión sobre nuestro futuro, una reflexión compartida a través, por supuesto, de facebook, e-mails y otras zarandajas, como ejemplo de la manera en que los adelantos de la ciencia han cambiado el sistema de relaciones, la sociabilidad, la comunicación, también interpersonal. Hace veinte años, me recuerda Papell pues, que lo presagió Nicholas Negroponte, el gurú de la convergencia: «lo que pueda ser digital, lo será». La información, las noticias, lo podían ser, y ya son digitales en algún tramo de su recorrido. Lo son el audio, el video, el texto. Cualquier acontecimiento puede estar en tiempo real en los ordenadores, los móviles, las pdas, de todo el mundo, en cualquier parte, en pocos momentos. Estamos, pues, ante una convulsión. El vídeo no acabó con la estrella de la radio, es cierto, pero en esta ocasión, está por ver qué hueco ha de ocupar la prensa de papel en un mundo dominado por la red y los hábitos de los futuros lectores, los llamados nativos de Internet.
Por si fuera poco, llega la crisis: el proceso de transformación arrancó en una época de prosperidad, crecimiento y abundancia, y pensábamos que podíamos llevar a cabo la reestructuración por sus pasos y sin apresuramiento. Pero, como ya sabemos por Murphy, si algo se puede complicar lo hará, de modo que ha llegado la gran recesión y el cambio de paradigma se ha vuelto no sólo más difícil, sino súbitamente inaplazable porque ya es una cuestión de supervivencia. De este modo, la convergencia de los medios, la simbiosis entre prensa, radio, internet y televisión, la explotación de todos los recursos disponibles se han convertido en un apasionante reto que tiene en vilo a la profesión en todas partes del mundo, entre la esperanza y, por qué no admitirlo, también el terror.
Lo más sugerente y a la vez más inquietante de este proceso de cambio es que no tenemos certezas a nuestra disposición porque la misma realidad se transforma constantemente. El concepto de modernidad líquida de Bauman, tan de moda, puede perfectamente aplicarse a nuestro contexto. Sabemos que hemos de hacer un nuevo periodismo, que debemos competir con nuevos mediadores sociales, con redes, con algoritmos indescifrables, con indispensables agregadores; que tendremos que inventar nuevos modos de explotación publicitaria para que el negocio de la comunicación siga siendo viable en tiempos de gratis total. Sin dejar de seguir contando a la gente las cosas que le pasan a la gente, como antaño. Pero no es fácil caracterizar esta nueva realidad, anticiparse a las tendencias, hallar el ejemplo a seguir, hartos ya de consultores y convenciones mundiales que ensalzan sucesivos modelos ensayados en lejanas ciudades, sobre todo estadounidenses, para constatar su fracaso en la siguiente edición.
Aunque nadie se atreve, pues, a dar un pronóstico, lo más sensato parece ser esperar que al periódico le toquen cometidos que ahora adquieren, si cabe, mayor trascendencia: debe digerir la ingente información circulante, seleccionarla, sintetizarla, contrastarla, analizarla, refrendarla y ofrecer una indispensable certidumbre al lector, que la va a necesitar más que nunca. Debe, también más que nunca, ser lugar de encuentro, plaza pública, cohesionador social en un mundo cada vez más disgregado, controlador del poder, garantía de la democracia, generador de opinión... Pero habrá de hacer bien las cosas y contemplar, siempre, Internet como una prolongación natural, inseparable e indispensable.
En medio de esta crisis existencial, pues, cumplimos cinco años. Lo mejor que podemos decir es que estamos atentos a la ola, para cabalgarla hasta el final, con todo el vértigo, con toda la ilusión y con la adrenalina a tope. Eso es, en definitiva, vivir.
lgonzalez@lavozdigital.es