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De aquellos polvos, estos lodos
El fracaso en Galicia y Europa creó el caldo de cultivo para una desazón acentuada por el impacto de la crisis
COLPISA. Actualizado: GuardarLo que está por ver es si la unidad escenificada ayer en el Comité Federal solidifica o se queda en un pátina bajo la que seguirán bullendo inquietudes y desazones internas. No es que el PSOE haya estado en trance de desgajarse. José Luis Rodríguez Zapatero no se enfrenta hoy a corrientes internas ni a críticos con capacidad de promover una alternativa a su liderazgo. No tiene contrapoderes como los tuvo en su día Felipe González. Lo que el PSOE vive desde hace meses es algo más difuso, un desánimo a veces nada sutil que, ya en julio, un fiel zapaterista definía con un gráfico refrán: «cuando no hay harina, todo es mohína».
El problema para el presidente del Gobierno es que desde que su partido perdió las elecciones gallegas y, a continuación, las europeas no ha sido capaz de articular una política ilusionante ni de poner en marcha una iniciativa que aglutine a los suyos. El proyecto de ley del aborto suscita dudas, y ese amagar y no dar continuo con la subida de impuestos llena de desconcierto a diputados y dirigentes. Ya casi nadie se acuerda, pero las cacofonías internas empezaron a aflorar durante la campaña al Parlamento Europeo, cuando la secretaria de Organización, Leire Pajín, dejó caer que había que plantearse la subida. Unos días después, tras un Consejo de Ministros, la vicepresidenta Elena Salgado negaba rotunda su intención de elevar la presión fiscal. Salir de este sí pero no ha costado un triunfo; y los anuncios y rectificaciones sobre la ayuda de 420 euros para los parados sin prestaciones sólo contribuyeron a incrementar la sensación de caos.
Es esa falta de un rumbo claro, y no tanto la disconformidad con las medidas, lo que hizo saltar algunas alarmas. Que el período de sesiones arrancara con el asunto irresuelto sólo ha convertido en más evidente una situación que viene de lejos. Quizá el momento más crítico se produjo en junio, cuando hubo que votar el techo de gasto, antesala de los Presupuestos. Entonces Gobierno y grupo parlamentario protagonizaron un sainete de descoordinación que puso los pelos de punta incluso a los más próximos a Zapatero. Pero aún así, resulta difícil encontrar a un socialista que considere que ese malestar difuso pueda derivar en algo más.
El cierre de filas escenificado en la reunión del Comité Federal amortiguará ahora las voces externas que vaticinaban una crisis. Después de todo, el momento político no es tan crítico. Una vez resuelta la financiación autonómica que hacía imposible el entendimiento con varios grupos minoritarios, y atemperado el PNV, es difícil pensar que pueda tener problemas para aprobar los Presupuestos.
Examen de conciencia
El origen de todos los males sigue, sin embargo, latente. Fue la falta de un examen de conciencia riguroso sobre por qué se habían perdido las elecciones lo que despertó las turbulencias. La vieja guardia desató la lengua y sus críticas comenzaron a tener eco. Apuntaban en dos direcciones: las críticas a la gestión de Zapatero en sí (el debate sobre el cierre de la central nuclear de Garoña dio mucho juego) y su mala política de personal.
En esto sí que hay cierta unanimidad. Y es algo peligroso por un doble motivo. Porque, en palabras de un ex secretario regional, hoy diputado en el Congreso, el jefe del Ejecutivo comienza a tener ya muchos «muertos en el armario» dispuestos a abandonarlo en un momento de debilidad interna y porque en su afán de incorporar ya al relevo de su generación a la primera línea política arriesga en eficacia.