Elena y Mari Carmen encienden luces al cuadro del Carmen. / VÍCTOR LÓPEZ
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Cádiz reza con fervor

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«Virgencita Milagrosa échale un cable a mi hija». Antonia musita para sí misma entre misterio y misterio del rosario. Con sus dedos pulgares pasa una cuenta más y se dispone a rezar la tercera oración. Mientras ora, una lágrima rueda por su mejilla y se detiene en cada uno de los surcos que los 76 años de vida han marcado en su cara. La situación no es para menos. Antonia le pide a la Virgen Milagrosa de la iglesia de San Antonio que el cáncer que envenena el cuerpo de su hija desaparezca para siempre.

A cientos de metros de San Antonio, Jesús reza a los pies del Cristo del Medinaceli. A pesar de la distancia, los dos rezan por la misma persona. Jesús es el yerno de Antonia. Nunca se ha caracterizado por ser muy religioso. Se crió en un colegio de curas y siempre ha sentido cierto rechazo por la Iglesia. «La razón puede con mi fe», decía. Sin embargo, cuando la desesperación y los sentimientos entran por la puerta, la razón salta por la ventana.

Un conocido dejó en manos de Jesús una estampa del Medinaceli cuando su mujer empezó su particular calvario. Sin saber por qué, Jesús comenzó a rezarle, a pedirle que la situación mejorara. La devoción se apoderó de él. Al igual que le ha ocurrido a cientos de gaditanos que pueblan cada rincón de las iglesias de Cádiz. Devotos de edades y condición social dispar que buscan en los santos un consuelo que no llega. Un bálsamo para sus maltrechas heridas.

N o salen en el día de su fiesta en procesión. No presiden ricos altares dorados. Y sus ternos no son encargados a importantes bordadores. Sin embargo, a sus plantas, cuentan con millones de exvotos y flores. Símbolos del fervor que los gaditanos sienten por estas imágenes sacras.

En la iglesia de San Antonio existe un itinerario no escrito que cada día recorren cientos de personas. La meca de la peregrinación religiosa gaditana tiene nombre y ése es el de San Antonio. Para ser más concretos, el patio del templo consagrado al santo de Padua es un hervidero de devotos que se acercan hasta la parroquia a rezar a sus santos. En el vestíbulo del patio, una pequeña imagen del San Antonio se esconde tras el cristal de una hornacina. A su derecha, los exvotos en su honor se acumulan en una milagrera, nombre con el que se conoce al expositor donde se guardan estas ofrendas. Tratándose de un santo sólo apto para enamoradizos es fácil de suponer qué quisieron agradecerle los fieles que colgaron un exvoto en su milagrera.

Sin embargo, San Antonio sólo es el inicio del recorrido. En el interior del patio, aguardan hasta otros tres santos que atesoran la mayor parte de los rezos de Cádiz: El Resucitado, El Nazareno del Patio y San Judas. Los dos últimos se disputan el fervor de Cádiz. De sus milagreras penden reproducciones en plaza de brazos, piernas y enfermos. Cada una de las piezas que se atesoran tras el cristal oculta una vivencia, una historia que acabó bien. «El exvoto de oro de un pie con un patuco lo ofreció una madre a la que los médicos le dijeron que no podía quedarse embarazada», explica Jaime Escalante. El hermano de Columna atesora vivencias de muchas jornadas de rezos mientras él se encargaba de cuidar el patrimonio de su hermandad.

Rezos y agradecimientos

Regalar un exvoto a un santo implica que éste ha concedido un milagro a la persona a la que se lo pedía. Sin embargo, existen otras peticiones que continúan en trámite, a la espera de que desde el cielo le resuelvan sus problemas. «Pedimos por la salud y el trabajo de nuestros hijos». Quienes hablan son Elena Domínguez, de 81 años, y Mari Carmen Moreno, de 84.

Las dos visitan el cuadro de la Virgen del Carmen -que preside el vestíbulo del Hospital de Mujeres- cada vez que pasan por allí. «Sentimos una fuerza mayor que nos empuja a entrar». Allí, rodeadas de cientos de velas que ennegrecen el techo y sacralizan el ambiente, rezan las dos ancianas. Tras sus oraciones, siempre encienden un par de velas. Mari Carmen lo hace por devoción y Elena por agradecimiento. Hace años que los médicos le detectaron una enfermedad que «sólo pudo curar la Virgen del Carmen». En el léxico eclesiástico más especializado, lo que hace Elena cada vez que puede es colocar una vela votiva.

De hecho, las milagreras cada vez se abren con menos frecuencia para alojar exvotos en su interior. En las tiendas cofrades y religiosas ya no se venden. Sólo se hacen por encargo. Ahora, los devotos gaditanos optan por realizar una novena u ofrecer velas y flores como agradecimiento. Eso es lo que hace Matilde en el Medinaceli. Cada vez que puede se acerca hasta las plantas del Cristo más moreno de Cádiz para pedirle con fervor por su familia.

Lo mismo hizo Jesús, el yerno de Antonia, hace siete años. Llegó hasta Santa Cruz, vio y creyó. Como San Pablo de Tarso, Jesús se convirtió. Y su mujer se curó. Respondió al tratamiento de quimioterapia o el Medinaceli intervino en las altas instancias. Nunca se sabrá. Los misterios de la fe son inescrutables.