Un hábil tecnócrata
BRUSELAS Actualizado: GuardarCuando José Manuel Durao Barroso se dirigía en noviembre de 2004 al pleno de la Eurocámara para defender su candidatura, espetó a la bancada de la izquierda, que le reprochaba su política como primer ministro en Portugal y, sobre todo, su condición de anfitrión en la reunión de las Azores, donde cobró cuerpo la guerra de Irak: «Pero bueno, ¿qué quieren ustedes? ¿Un político que asuma riesgos o un tecnócrata?».
En esa simple frase Barroso definió su figura pública: un político relativamente joven, brillante en la retórica e incisivo y audaz en la distancia corta, que exhibe con facilidad cintura política pero al que las circunstancias, paradójicamente, le han relegado a la condición de tecnócrata.
De Barroso (Lisboa 1956) se conoce su capacidad para la muda ideológica: de sus tiempos de maoísta doctrinario evolucionó hacia la socialdemocracia y, posteriormente, hacia un neoliberalismo del que hizo gala cuando llegó a la Comisión y del que comenzó a despojarse en plena campaña para su reelección. Un empeño en el que algunos maliciosos dicen que ha consumido la mitad de su primer mandato.
Parece ser cierto, como afirma el eurodiputado luso Claudio Coelho, que tras la dictadura salazarista, en Portugal, quienes querían hacer política tenían que afirmarse en la izquierda, porque la derecha era identificada con el fascismo. Con todo, la peripecia de Barroso no deja de parecer algo más dinámica de lo habitual. Él asegura no haber perdido el entusiasmo.
Ni siquiera al frente de la CE, un puesto difícil donde los haya. El presidente del Ejecutivo tiene que mediar entre los líderes de países tan poderosos como soberbios en el concierto internacional. Y está estatutariamente obligado a hacer cumplir una ley asumida por todos los socios europeos a lo largo de los sesenta años largos de historia, pero de la que periódicamente reniegan unos u otros, en función de por dónde les apriete el zapato.
Se trata de un cargo, por lo tanto, desde el que hay que poner mala cara casi todos los días a algunas de las personas más poderosas del planeta y eso es algo que Barroso no ha hecho durante su primer mandato. Bien es verdad que no resulta fácil llevarle la contraria a Sarkozy, Merkel o Brown en la peor crisis económica desde la Gran Depresión, pero hay maneras y maneras, y sus críticos dicen que ha convertido a la institución clave de la UE en un eficiente secretariado al servicio de los países más poderosos de la Unión.
Al hombre se le ve envarado cuando aparece en público. Espontaneidad, cero; riesgos, ninguno. Y una dicción lenta y una mirada perdida, como escrutando arcanos desconocidos para el interlocutor, con la que parece buscar constantemente una salida airosa, jamás comprometida.