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«Pensamos por error que el talento está en las drogas»
El bar de Xuxo, la gente, el puticlub donde trabajó, los fans... Fito no ha cambiado nada a pesar de ser un superventas que hoy presenta al público nuevo disco, 'Antes de que cuente diez'
Actualizado: GuardarUn niño de 10 años, a fuerza de entonar Soldadito marinero, miró extrañado a su padre y le preguntó qué quería decir eso de «que tenía los ojos verdes y un negocio entre las piernas». Una abuela exclamó: «Pobre, si no es para tanto, con la voz tan bonita que tiene» al escucharle cantar: «Voy mirándome en los charcos/ yo no necesito espejo/ sé que soy mucho más guapo/ cuando no me siento feo». Un frutero marroquí le vió pasar por la calle, salió de su tienda y medio en castellano gritó: «¡Eh, me encanta cómo tocas la guitarra con el cigarro colocado aquí (en el mástil)!». Son todas situaciones verdaderas. A Fito Cabrales no le ha hecho falta medir 1,80 ni tener los rizos de Bisbal para gustar a todo tipo de públicos, vender un millón de discos con sus canciones con Fitipaldis (sin contar los de su grupo anterior, Platero y Tú), convertirse en el músico bilbaíno más popular de la historia y escalar a lo más alto del panorama rockero español. Ahora regresa con nuevo álbum, Antes de que cuente diez. Todo esto en 42 años de existencia, desde que nació el 6 de octubre de 1966 en el corazón del Bilbao más casta, en el número 1 de la calle Zabala.
Allí vivió con sus padres y su hermano Manrique los primeros 10 años de su vida. Luego se fue a Laredo; creció y trabajó ayudando en el pub-cafetería de su madre, después se fue al sur a vestir de soldadito y regresó de nuevo con 20 años. En el medio, la separación de sus padres cuando él era adolescente, momento difícil que retrata en su biografía, Soy todo lo que me pasa (Now Books, 2008). «Hace un mes, cuando fui a visitar a mi madre a Valencia, me dijo que lo había leído y que sentía mucho todo lo que había sufrido. Me quedé pasmado, tampoco fue para tanto». Aunque regresa con frecuencia para ver a su padre, hace 13 años que no vive en Bilbao -estuvo ocho años en Gorliz con su primera mujer y desde hace cinco reside en Gernika con su novia, Marisa-: «Ya no conozco a casi nadie de aquí. Sí te queda gente, sobre todo los gitanos de entonces, que eran niños y que me cuesta reconocer porque son unos tiarrones que vienen y me dicen: Hola Fito».
Ahora, frente el número 1 de Zabala, mira hacia el cuarto piso: «No suelo recordar cómo se me ocurren las canciones, pero Soldadito marinero me salió mirando por esa ventana, al ver a uno de esos tipos con cara, piel, pinta de marino».
-¿Hasta dónde has acabado de esa canción?
-Ja, ja, ja. No le tengo manía, me parece una buena canción. Ahora que hemos empezado los ensayos de la gira se me hace cuesta arriba, pero cuando la tocas en directo vuelves a apreciarla porque a la gente le gusta. Pero en mi casa no pondré nunca Soldadito marinero.
También la Ertzaintza
Comprueba que sigue cerrado el bar Linaje, de San Francisco, epicentro de una zona que conoció días de esplendor y que acabó, por culpa de la droga, convirtiéndose en un barrio a evitar que hoy resurge: «El Linaje era un bar de poteo normal, pero cuando esta zona empezó a estar jodida se convirtió en el centro del trapicheo. Era la hostia, Colombia no es nada comparado con aquello». En este instante le asalta un fan, uno de esos chicos que vagan por Bilbao y que todo el mundo conoce desde hace años:
-¡Me encanta tu nueva canción, la que ponen en la radio. Otros dicen que les gustabas más hace 20 años, con Platero, pero.
-¡Ah claro! ¡Y yo entonces tenía un pelo de la hostia y mira ahora!
-¡Ese compadre! ¡¡¡Fito al poder!!!
Nada más doblar la esquina se encuentra con un viejo amigo, 'Txozas', el cantante del grupo Rabia, al que hace cuatro años que no veía. Charlan un rato y sigue su camino por la calle Cortes. Pero no es fácil que dé cuatro pasos sin que alguien le pare. Un furgón de la Ertzaintza se detiene a saludarle; también una chica a la que autografía el muslo enfundado en vaqueros, un pakistaní y un tímido bilbaíno que quiere que le firme el billete del metro. Todo con una sonrisa y las maneras simpáticas de un chico de barrio.
Hacia la mitad de esta mítica calle, donde a las cinco de la tarde chicas negras comparten acera con viejas glorias de la prostitución local, está lo que fue La Palanca 34, uno de los locales emblemáticos, regentado por su padre. Al regresar de la mili, volvió a vivir con él, años de reencuentro con el progenitor: «Me iba a potear con él y sus amigos; yo con 20 años y ellos con 60 y 70. Yo a zuritos y ellos a vino Respaldiza, ja ja, me agarraba unos pedos...». Trabajó en el puticlub tres años. «Hacía tiempo que no pasaba por aquí, no sabía que lo habían convertido en un estudio fotográfico (el F: 64)».
Al entrar le recibe Jorge Lamas, que le muestra su book de bodas originales (una pareja de góticos posando en el cementerio, otros en plan Sin tetas no hay paraíso...). Fito se pone a buscar la barra: «Ha cambiado tanto esto que es difícil, pero estaba por aquí, a la izquierda». «¿Y los cuartos de las chicas?», pregunta el fotógrafo. «No, no había camas ni cuartos, aquí sólo bebían y se encontraban con los clientes. Luego se iban a los meublés de al lado», se explica un Fito nostálgico. «Yo no curré en la época dorada. Todavía flipo con las orquestas que venían a tocar clásicos de las orquestas americanas. Pero en mi época tampoco estuvo mal. Lo peor vino cuando la droga llegó al barrio, pero yo ya lo había dejado para ir a tocar con Platero».
-¿Cómo varió la idea que tenías del mundo de la prostitución?
-Yo no había entrado jamás a un puticlub. Ni al de mi padre, ni en una despedida, y tenía una imagen un poco peliculera. Pero lo que yo vivía era todo lo contrario, era el camarero de un sitio donde las copas eran súper caras. Iba a currar como el tío más responsable del mundo, porque pegaba unos palos de la hostia. Me ponía mi corbata y ya. Todo ese rollo de chicas, sexo o tal no existe para el que trabaja allí. Estás controlando las copas del cliente.
-¿Le trataban bien aquellas mujeres?
-Eran todas españolas, de Málaga, Barcelona. Tenían sus clientes y era muy tranquilo, yo tenía 20 años y ellas, la que menos, 35, 40. Visto desde la distancia, era su niño mimado. Y recuerdo a muchas con cariño. Había una súper loca, malagueña, Ana; era la que bailaba, cantaba, la que más curraba de todas, porque tenía chispa.
-Dicen que detrás de la barra de un bar se aprende mucha psicología. ¿Y de la de un puticlub?
-Como escribo canciones y me fijo, siempre hay cosas que pueden servirme. Hay gente que está muy sola, que se da cuenta de que todo es mentira pero le da igual. Se enamoraban de las mujeres y en el fondo sabían que se engañaban, pero eran felices un día a la semana.
Casualidades de la vida, el fotógrafo Lamas ha elaborado un reportaje con las putas del barrio y le muestra a Fito retratos de los locales de toda la vida, de la madame La Lupe empuñando una porra contra clientes molestos. El paseo por Bilbao lleva ahora a Fito con su novia Marisa por las calles del Casco Viejo. Se encaminan al Umore Ona, un local señero para los amantes del rock y los músicos que, como Platero, los Fitipaldis y muchos otros han dado lustre a la escena musical de esta ciudad. En la calle Esperanza, Fito divisa a lo lejos a Xuxo. Corren y se abrazan como viejos amigos. Entran en el bar. «Primero íbamos a comer algo al Muga y a Barrencalle, y luego al Umore. Aquí nos reuníamos con los Flying Rebollos, los Sedientos, Zer Bizio? Muchas bandas que en ese momento éramos parte de la escena. A Polako le conocí también aquí. Era como nuestra oficina, es mucho más que un bar».
-Fito. Me acuerdo de la primera vez que vine al Umore, me trajo un amigo de la mili. Me llamo la atención la música, rock de los años 70, pero también estabas tú, Xuxo. Siempre has sido un showman; aparte de servir copas, éste es tu escenario.
-Xuxo. Y luego estaban los conciertos que montábamos aquí.
-Fito. Tenías un kit de escenario que sólo sabías montar tú, pero cabía la batería, dos guitarras... Quedábamos por la tarde a prepararlo todo y luego nos íbamos de tragos al Casco. Hasta que alguien decía: 'Qué, ¿vamos ya?'. Y al terminar me sacabas un ampli y una guitarra que tenías arriba y cogías la armónica.
-Xuxo. Cuando yo aún no trabajaba aquí solía venir a escuchar música. Cuando llegué cambiaron muchas cosas, porque no puedo estar oyendo música y estar quieto, es algo que me sale de dentro.
-Fito. El Umore fue fundamental.
-Xuxo. Siempre dije que te ibas a hacer más grande que la hostia, ya con aquel disco primero con canciones que no valían para Platero. Te has hecho más grande de lo que me imaginaba. Eso sí, esperaba un recorrido más largo hasta llegar tan arriba, pero estaba más claro que el copón que a nada que se oyera un poco, que la gente lo conociera, te los ibas a meter en el bolsillo.
-Fito. Y tú ahí estuviste, en la portada del primer disco de Platero. La gente flipaba viendo en plena calle Autonomía a Xuxo vestido de roquero encima de una Harley y al lado estaba Jacinto, vestido de aldeano y con un burro.
-Xuxo. Una de las mañanas más cachondas de mi vida.
-Fito. Bueno, yo ahora veo la foto con aquellos coches, con las matrículas de antes, ja, ja, ja y da nostalgia. Como una foto de cine negro.
-Xuxo. Sí, como las pelis de Joselito o Marisol, ja, ja, ja.
En la página 143 de Soy todo lo que me pasa se encuentra la única errata de su libro, una frase sin terminar del capítulo dedicado a las drogas: «Lo que está claro es que a mí me dan...». «Sí -aclara Fito-, quería decir que me dan más miedo las metralletas que las drogas». Allí cuenta su pasado con las anfetas, que dieron con él en una clínica de rehabilitación. «Fue el speed y no la coca ni la heroína, porque era lo que se llevaba entre las bandas en Euskadi. Pero era una cosa cultural, creías que para tocar en un grupo tenías que hacerlo. A veces los músicos cometemos el error de pensar que el talento está en las drogas».
Ahora, con dos hijos, el mayor de 11 años, reconoce que no sabe qué hará cuando éste le pregunte por ellas: «Afrontar ese debate es un miedo que tenemos todos los que sabemos lo que son. A nosotros nos llegó como una herencia cultural y las cosas han cambiado, antes nadie consideraba ocio ir al gimnasio o a un spa, nadie viajaba, y ahora sí. ¿Qué voy a hacer cuando llegue ese momento? Pues ni puta idea, pero ya saben todo, no olvides que hay Internet, que yo a su edad veía Vicky el vikingo y ellos, Padre de familia».
Su hijo mayor ya hace sonar la guitarra eléctrica con un colega de la ikastola: «Les enseñé a tocar acordes de AC/DC, de 'High Voltage' y cosas así, y ahora todo lo que componen suena a AC/DC. Eso sí, las letras hablan de sus cosas, las clases... Luego las meten al traductor de inglés de Internet y ya. Quién sabe lo que saldrá...». Reconoce que ahora la música ocupa el segundo lugar en su vida. «Lo primero son mis hijos, estar con ellos, no faltarles nunca».
En su autobiografía habla con mucho cariño de su novia, Marisa. ¿Acaso es Fito un romántico, un sentimental?: «Bueno, hago canciones, así que... Pero sí, soy un hombre de pareja. Si la cosa sentimental me va mal, aunque me vaya bien lo profesional, no me vale. Muchas veces no sabes a quién tienes al lado, no lo digo en el mal sentido, sino que quieres que te valoren no sólo como artista».
Sobre la mesa reposa una revista con un reportaje sobre su nuevo disco. Resaltada con letras más grandes hay una frase suya que le hace torcer el gesto: Sí, estoy forrado, el dinero me ha llegado a los 40, si es a los 20... me mata, puede leerse. «Es que dices eso y cuando lo ves así parece que le doy más importancia de la que tiene». ¿Ha detectado envidias? «No, la gente me quiere y se alegra del éxito. Alguien puede creer que soy Botín, pero para mí estar forrado es poder tirarme tres años sin tocar.