El eterno dilema del botellón
Actualizado:E l botellón. Eterno dilema. Jóvenes consumiendo alcohol las noches de fin de semana en plena calle. ¿Cuál es el verdadero problema? ¿La primera parte o la segunda? ¿Que beban o que lo hagan en sitios públicos? Probablemente ambas cosas, pero son dos cuestiones radicalmente distintas, por lo que hay que abordarlas desde dos ópticas diferentes.
Que los jóvenes pasen las noches de los viernes y los sábados bebiendo como cosacos no es, obviamente, el ideal de lo que todos quisiéramos para los que han de gobernarnos en el futuro. Todos -salvo los propietarios de las destilerías de whisky escocesas- preferiríamos que invirtieran ese tiempo en otras cosas menos dañinas para el hígado. Pero tomar medidas para tratar de evitarlo es casi ir contra natura. De hecho, las que se han tomado hasta la fecha no han servido de nada. Vivimos en una sociedad en la que emborracharse los fines de semana es moneda común. Y lo es porque los jóvenes que ahora lo hacen se lo han visto hacer a sus padres. Y a los padres de sus padres. Y a los padres de los padres de sus padres. Y madres, que según los últimos estudios las chicas no se quedan atrás.
La cuestión es que las relaciones sociales con alcohol de por medio son algo absolutamente inherentes a este país. Casi a este mundo. Por el motivo que sea. Todos lo hemos hecho. O casi todos, que alguno seguro que será totalmente abstemio. No se trata de hacer apología del alcohol. Nada más lejos de mi intención. Y menos en días en los que está tan latente la barrabasada que ha ocurrido en Pozuelo de Alarcón. Pero tampoco debemos hacer demagogia. La inmensa mayoría de nosotros no hemos acabado alcoholizados pese a practicar el botellón en nuestra juventud. Simplemente ya hemos pasado esa etapa por aquello de la edad. Servidor, que empieza a estar cerca de los 40, ha hecho botellón. Y lo ha hecho en Cádiz. Muchos años. En la Plaza de España, en Argüelles, en la Plaza Mina, en San Francisco, en los alrededores de Muñoz Arenillas, en la plaza del Falla y en La Viña en Carnaval... Y lo ha hecho con amigos que hoy por hoy son abogados, ingenieros, economistas, empresarios, marinos, camareros... y hasta concejales. Concejales de los que actualmente están en algún ayuntamiento que otro de la Bahía. Prohibiendo los botellones. Inventándose ese esperpento del botellódromo para justificarse. Insisto, ninguno de nosotros somos alcohólicos. De hecho, pocas veces podemos disfrutar ya de una copita con los amigos por aquello de los niños, el trabajo, etcétera... Si alguno más adelante ha tenido problemas con la bebida no ha sido por los botellones que hacía de joven, sino por las circunstancias por las que le ha llevado la vida.
Luego el botellón en sí mismo no es el problema. Al menos por lo que a la experiencia de muchísimos gaditanos de mi generación se refiere. El problema en todo caso sería el alcohol, independientemente de si se consume en la calle, en casa de un amigo o en un bar con la música a toda pastilla.
Hace unos días LA VOZ les contaba que los botellones están volviendo a sus orígenes. Y los encuestados lo tenían claro. No quieren aglomeraciones. Lo del botellódromo es un absurdo, un foco de peleas y altercados. Donde deberíamos volcar nuestros esfuerzos es en la educación, en la concienciación. Convencer a los que beban de que lo hagan con responsabilidad. Que si tienen una sola gota de alcohol en la sangre no pueden ni tocar la moto o el coche. Hay que educarles en eso, no aislarlos, aborregarlos, llevarlos a donde no podamos verlos.
Llevémoslos, eso sí, a donde no molesten a los vecinos. Porque ese es el gran dilema, el real, la segunda parte del cuplé. El derecho al descanso de aquellas personas a los que se les plantan debajo de su ventana. Seguro que hay espacios donde ubicarlos. Seguro que hay más opciones que prohibir por prohibir. Y menos contraproducentes. Aquellos que nos gobiernan han de buscarlas. Y encontrarlas. Porque con la educación y la concienciación se puede controlar la salud física del que bebe. Y con un poco de imaginación, de buena gestión y menos medidas de cara a la galería, se puede mejorar la salud mental del que tiene derecho a descansar y no puede. Ese es el verdadero damnificado por el botellón.