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Conviven con decenas de toros mansos de una finca ganadera. / CRISTÓBAL
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Las entrañas delviento

Un complejo como el Parque Eólico Jerez tiene capacidad para crear la electricidad que consume al año un población como la de Puerto Real

W. JAMISON
JEREZActualizado:

El Mojo-Gallardo es una pequeña barriada rural situada a 15 kilómetros del casco urbano de Jerez y que vive de la agricultura y la ganadería. Hace aproximadamente 60 años, su vecino más conocido era uno apodado El Monje por haberse casado con una ex religiosa. En el presente tampoco hay duda sobre quiénes copan el protagonismo en este núcleo de 400 habitantes: los algo más de 50 aerogeneradores de 123 metros de altura que salpican su territorio.

Están repartidos entre dos complejos del medio centenar de largo que hay repartidos actualmente por toda la provincia. Uno de ellos es el Parque Eólico Jerez. Lleva funcionando desde principios de este año con 22 aerogeneradores -también conocidos popularmente como molinos-. Tienen capacidad de generar la electricidad que consumen 34.000 hogares al año. Es decir, lo que necesitaría Puerto Real, por citar un ejemplo próximo.

El aerogenerador

Un aerogenerador es un equipo que permite transformar la energía eólica en eléctrica. Cada rotor (pala) se activa automáticamente cuando detecta una fuerza mínima de viento para funcionar. Está conectado a un multiplicador y éste con un generador, que es el que convierte el viento en electricidad. «Es algo parecido a la dinamo de una bicicleta o a cómo funciona el coche de un Scalextric, pero con sus peculiaridades», explica a LA VOZ Fermín Matesanz, director de operaciones de la compañía propietaria del parque, Eólica Renovables.

Cuanto más alto sea el aerogenerador y más longitud tengan las palas, más energía se crea. La razón es sencilla: así se evita la rugosidad del terreno y el viento llega más directo. Por ese mismo motivo, la altura no es tan importante en el caso de los parques marinos, foco estos días de un encendido debate sobre sus ventajas e inconvenientes.

Regresando al caso que nos ocupa, la energía creada llega, por medio de canalizaciones subterráneas, a un centro de seccionamiento, y de ahí pasa a una subestación que la envía ya a la red eléctrica.

Los detalles

La estructura del complejo eólico es simple: los molinos y el centro de seccionamiento. Y poco más. Todo enclavado en una finca ganadera. Ésta cuenta, de hecho, con decenas de caballos y toros mansos que campan a sus anchas ajenos a la presencia de los aerogeneradores. O quizá acostumbrados ya a que estén allí.

Lo cierto es que el impacto de éstos es sólo visual, porque el ruido que provocan es prácticamente nulo, limitado a un leve zumbido, nada molesto, cuando las palas están en acción y al que uno se acostumbra a los pocos minutos de pisar el complejo por primera vez. Es más, acaba resultando incluso agradable, como si de un hilo musical al más puro estilo chill out se tratase.

Control remoto

El del control es, sin duda, uno de los capítulos más curiosos del parque eólico. Se realiza a distancia. Pero no a través de un único centro, sino de dos. Y ambos a muchos kilómetros de distancia. Uno se localiza en Madrid y es de la empresa propietaria. La sala correspondiente, repleta de ordenadores y pantallas, controla básicamente todo lo que tiene que ver con la producción. Por ejemplo, si la compañía eléctrica a la que suministra, Endesa en este caso, pide una disminución de la producción, o lo contrario, se activa el mecanismo necesario a través del ordenador correspondiente. No hace falta, por tanto, desplazar a un trabajador al parque para ello. Se gana, así, en valocidad y, sobre todo, en eficacia en la ejecución de la orden.

El otro centro de control remoto está áún más lejos, concretamente en Chicago (Estados Unidos). Es el del fabricante de los aerogeneradores, Wigep, a quien corresponde todo lo que tiene que ver con el mantenimiento de la maquinaria. Es decir, detectar averías, fallos en el funcionamiento... En este caso, si el problema se puede solucionar a distancia, se recurre igualmente al ordenador. Si no, avisan a sus trabajadores en la zona para que vayan personalmente a arreglarlo.

También existe un equipo de ocho personas que se dedican a laslabores diarias de mantenimiento. Se reparten el trabajo por parejas, que cubren turnos de ocho horas y que los fines de semana están de guardia teléfonica para cualquier posible contingencia que pueda surgir.

Trabajos previos

Completar el proceso de generación de energía eléctrica, aparentemente sencillo, requiere de una fuerte inversión -en el caso de este parque, algo más de 50 millones de euros- y, sobre todo, de unos trabajos previos realmente delicados. Estos últimos, de hecho, se prolongaron, incluidos los trámites administrativos, durante aproximadamente ocho años.

Pero el mayor despliegue se requiere a la hora de acometer las labores de construcción del parque eólico. Principalmente por el peso de las piezas que componen cada aerogenerador: 100 toneladas la torre de acero, 60 la góndola que va en la parte superior, seis cada pala del rotor... Y también por las dimensiones de cada una.

Lo más complejo, según señala Matesanz, es el transporte de todo ello. Hay que tener en cuenta que buena parte de las piezas se fabrican en el extranjero, con los que el recorrido a completar suele ser muy largo. La planificación ha de ser «muy meticulosa» y tener presente cuestiones como «las curvas y los cambios de altura que hay a lo largo del trayecto», añade. Se requieren hasta ocho trailers por aerogenerador y un dispositivo especial.

Uno ve un complejo de este tipo desde la carretera y clava la vista en él. Es innevitable. Tienen magnetismo. Quizá por sus dimensiones. O quizá por el punto de magia que tiene eso de crear energía eléctrica con el viento.

Tronco

Un aerogenerador impresiona cuando se ve de lejos, pero aún más cuando se visita y tiene la oportunidad de verlo incluso por dentro. Tiene una altura de 123 metros, incluido el rotor; más que la caída libre del Parque Warner de Madrid. El diámetro del tronco ronda los cinco metros. En la base cabría perfectamente un dormitorio modesto si no estuviese ocupada por una pequeña jungla de máquinas repletas de botones.

Un techo situado a unos dos metros da paso, a través de una compuerta, a un espacio hasta la góndola superior con cables y un elevador. Cualquiera no puede subir en él; hace falta lo que se conoce como un cursillo de altura. Queda pendiente, por tanto, para un próximo capítulo.