La sala se llenó para recibir al prestigioso divulgador. /V. L.
Sociedad

Darwin y el ojo de Dios

El biólogo español Francisco Ayala, uno de los científicos más importantes del mundo, defiende en Diputación la vigencia de la selección natural

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El ojo humano es un sistema complejo, sensible a los cambios de luz, que recibe los estímulos procedentes del entorno y los transforma en impulsos nerviosos. Esos impulsos alcanzan el cerebro, donde se descodifican y se convierten en imágenes. El ojo humano es, como tal, un milagro. ¿Pero quién es el autor de semejante maravilla? ¿Quién colocó ahí el mecanismo preciso de la la córnea, el diafragma congénito de la pupila, la efectiva defensa del iris? ¿Quién ordenó esos elementos, midió las distancias, corrigió los errores?

Los nuevos creacionistas, abonados a la Teoría del Diseño Inteligente, defienden que el maestro fue Dios. Los racionalistas puros, cargados de éxitos experimentales, mantienen que es la propia naturaleza quien se las ingenió para, generación tras generación, construir ese mecanismo impecable. Francisco J. Ayala, uno de los biólogos más prestigiosos del mundo, ofreció ayer en los Diálogos de la Ciencia de Diputación su particular camino intermedio, la vía que concilia ciencia y religión. Y lo hizo tomando el ojo humano como ejemplo.

El que fuera asesor científico de Clinton matiene que el Catolicismo y el evolucionismo son compatibles, pero la teoría creacionista, aplicada estrictamente, «haría de Dios el primer abortista», ya que el propio evolucionismo «puede explicar el problema del mal en el mundo como la imperfección que busca eternamente la perfección, mientras que el creacionismo radical parte del principio opuesto, de la idea de que el ser humano es ya perfecto de por sí».

Regresión genética

«Los adalides del Diseño Inteligente -explicó ayer en su ponencia- creen que, dado que la selección natural sólo puede cambiar las cosas poco a poco, pero no puede crear, de golpe, un sistema biológico complejo, es necesario que haya una mente detrás del ojo humano, de las conexiones nerviosas, de los conos y de los bastones». Sin embargo, Francisco J. Ayala, «apoyado por la reconstrucción genética (una suerte de regresión informática) que permite hoy día la tecnología digital», explicó cómo el ojo de un ser humano no es más que «el modelo perfeccionado de las terminales con las que las lapas detectan la luz, que evolucionó luego en navajas y en caracoles de mar, y así hasta los ojos de los calamares, mucho más eficaces que el de los hombres», sentenció. Y se permitió la broma: «¿Es que Dios quiere más a los pulpos que a los hombres?».

Para el biólogo, Darwin hizo un gran regalo a la ciencia, pero también «otro fundamental a la religión», porque «la vida está llena de imperfecciones, sufrimiento, crueldad y sadismo, de depredadores salvajes y de oscuros parásitos». «La selección natural -terminó, no sin ironía- explica esas calamidades, así que no pueden ser atribuidas al mal diseño o a la perversidad de un Creador».