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Jordi Sevilla simula la 'ceja' electoral en la campaña del año pasado. / EFE
ESPAÑA

El núcleo del 'zapaterismo' se diluye

El abandono de la política de Jordi Sevilla evidencia que ser amigo de la infancia política del líder socialista no es una garantía de futuro

RAMÓN GORRIARÁN
COLPISA. MADRIDActualizado:

La pertenencia a Nueva Vía, el club fundador del 'zapaterismo', no garantiza la supervivencia política. El abandono de Jordi Sevilla, uno de los que arropó a José Luis Rodríguez Zapatero desde la primera hora, es la última muestra de un goteo que antes arrastró a Jesús Caldera, Juan Fernando López Aguilar o Álvaro Cuesta. Es su forma de entender la colaboración política, prefiere escuchar un «sí jefe, sí presidente» a un «no José Luis», dice uno de los descarrilados de aquella vía.

No hay, sin embargo, «mal rollo». Nadie se ha ido del Gobierno, del Congreso o de la dirección del PSOE con un portazo. Todos reconocen a Zapatero honestidad política, no se sienten traicionados ni purgados, pero no ocultan su mal sabor de boca porque ellos, los que en 2000 enarbolaban la bandera de la renovación generacional, se han visto renovados en pocos años por otros más jóvenes. El líder socialista, dicen en su círculo cercano, no quema colaboradores por quemarlos, sino que busca evitar que se repita la historia de Felipe González que, cuando dio un paso al costado, dejó un hondo vacío en el PSOE por la ausencia de un relevo generacional.

Sevilla explica que no quería seguir en política para «apretar un botón» en las votaciones del Congreso, siente que ya no puede crecer políticamente desde su escaño por Castellón, fuera de la ejecutiva socialista y con las puertas del Gobierno cerradas. Las ilusiones de acceder a la Presidencia de la Fundación de Cajas de Ahorro, para lo que el papel del presidente del Gobierno hubiera sido fundamental, se hicieron humo. Su presencia pública se limitaba a ser el 'pepito grillo' de la política económica, se opuso, por ejemplo, a la desgravación universal de los 400 euros en el IRPF, o al desacuerdo con ciertas decisiones políticas, rechazó la continuidad de la central de Garoña. Zapatero nunca se molestó por esa falta de sintonía, pero tampoco le dio cariño para que no se fuera.

El problema de la democracia española, reflexiona, es que no sabe qué hacer con sus 'ex', no sólo ex presidentes del Gobierno, también con los ex ministros, que después de los oropeles del poder quedan a la intemperie política aunque estén en la plenitud vital e intelectual. No es un problema de Zapatero, también lo tuvieron González y José María Aznar. Pero Sevilla, con 25 años de actividad pública a sus espaldas, está empeñado en no atribuir a una supuesta perversidad del líder socialista su punto y aparte de la política y el paso a una empresa privada, la consultora PricewaterhouseCoopers, donde tendrá de vecino de despacho a otro ex, pero del PP, el que fuera secretario de Estado de Economía Luis de Guindos.

Las huellas

Insiste en que no se va con rencor, y eso que motivos podría tener. Después de haber sido el 'profesor' de economía de Zapatero en los años de la oposición, se encontró con que su alumno escogió a Miguel Sebastián para redactar el programa económico del PSOE para las elecciones de 2004; una vez titular de Administraciones Públicas fue apartado del asunto estrella de su departamento, la negociación del 'Estatut'; y en 2007 fue destituido con el argumento de respetar la paridad en la remodelación ministerial de aquel año.

Hay dirigentes socialistas que atribuyen esta querencia de Zapatero a prescindir de sus compañeros de armas de los primeros momentos a un presidencialismo personalista que conduce a «borrar las huellas» iniciales, a arrinconar a quienes mejor le conocen.

Sevilla es el primero del núcleo duro del 'zapaterismo' que deja la política. Mas no es el único fundador que ha tenido que atravesar el desierto. Jesús Caldera, amigo personal de Zapatero y uno de los catalizadores de Nueva Vía, siempre pensó que reunía mérito y condiciones para ser vicepresidente, pero se quedó en ministro de Trabajo y, encima, vio su contrato rescindido tras la primera legislatura. Mantiene un asiento en la ejecutiva del PSOE y es el encargado del laboratorio de ideas del partido, pero su estrella se extingue.

Juan Fernando López Aguilar, otro de los que embarcó en la aventura desde el primer momento, dejó a regañadientes el Ministerio de Justicia para competir por el Gobierno canario; ganó pero perdió porque no pudo gobernar, y, disciplinado, tuvo que emigrar, otra vez contra su voluntad, al 'balneario' del Parlamento europeo, al que se va pero del que es difícil volver con aspiraciones políticas. Álvaro Cuesta, el diputado asturiano, también amigo personal del líder y al que todos auguraban un brillante futuro en la era Zapatero, nunca pasó de la dirección federal del partido y la presidencia de la comisión de Justicia del Congreso. Lo mismo que Antonio Cuevas, el sindicalista andaluz que se quedó en el escaño que ya tenía y al que apenas agregó alguna dignidad parlamentaria; o José Andrés Torres Mora, el jefe de gabinete de Zapatero en la oposición que nunca llegó a La Moncloa.