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Sociedad

Sexo, dinero y fama

Nacieron en los 40 como programas de cámara oculta, acabaron metiéndose en las casas y ya no tienen límites

ISABEL URRUTIA
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Quién hubiera dicho que terminarían haciéndose un lugar en la lista de nominados a los premios Emmy... Pero no hay vuelta de hoja: en EE UU han decidido que su éxito de audiencia merece un reconocimiento. Los reality-shows compiten desde el año pasado y nada menos que en tres modalidades: presentador, concurso y programa divulgativos. El siguiente paso es darle un trofeo también al jurado. Dicen los expertos en televisión que todo llegará. Nadie se tomaba en serio los incipientes realities que surgieron en EE UU, allá por los años 40, y ahora se han convertido en el filón de las cadenas de medio mundo. Son relativamente baratos, causan adicción y explotan el fenómeno del famoseo. Lo tienen todo para seguir dando guerra en las parrilla.

Todo empezó con Candid Camera (Cámara indiscreta), un programa de la cadena ABC que en 1948 causaba hilaridad entre los telespectadores. Eran tiempos de posguerra y la gente agradecía que le hicieran la vida más llevadera con chistes fáciles; bastaba con grabar a un pobre tipo aguantando los sorbidos y eructos del comensal -un actor contratado- que tenía al lado. Ese mismo año, también arrancan los concursos Original Amateur Hour y Talent Scouts, un tándem que ya apuntaba maneras de Operación Triunfo. Está claro que el protagonismo de los ciudadanos de a pie tenía gancho.

La familia Louds

Sólo faltaba la guinda, que los televidentes pudieran meter baza. Eso llegó poco después con You asked for it, un programa que organizaba los contenidos al gusto del público. ¿Querían ver a un hombre disparando flechas a lo Guillermo Tell? Dicho y hecho. ¿Un puente volando por los aires? No hay problema. Total, la pequeña pantalla se había vuelto algo tan cercano que acabó metiéndose en el salón de los Louds, «una familia cualquiera» según decía la propaganda de la época. De esa manera, An American Family se convirtió en los años 70 en un precursor directo de Gran Hermano; el divorcio del matrimonio, la salida del armario de un hijo y los devaneos sentimentales de toda la tropa dispararon la audiencia.

En los últimos tiempos, las novedades han llegado del norte de Europa: Holanda lanzó en 1991 Number 28, un formato que se ha popularizado en medio mundo como Gran Hermano. Y Suecia, en 1997, presentó Expedition Robinson, o sea, la primera versión de Supervivientes. En Reino Unido tampoco se quedan atrás: han llegado a emitir versiones infantiles de esos realities, algo así como parodias de El señor de las moscas. Eso sí, no sin consecuencias: Boys and girls alone desató la ira de la ONG Kids Company, que tachaban de «cruel y abusivo» la concentración de chavales entre 8 y 11 años sin la supervisión de un adulto.

Sea como fuere, las cuotas de pantalla no engañan. A muchos telespectadores les gustan estos programas. Entre las teorías que explican este fenómeno destaca la de Steven Johnson, periodista de The New York Times y especialista en neurociencia. «Vivimos en la era de los videojuegos, por eso la gente quiere ver héroes en la pequeña pantalla. Y eso no es malo; desarrolla la inteligencia emotiva», concluye en su libro Everything bad is good for you. Queda la duda, no obstante, de hasta qué punto beneficia al espectador ver espacios televisivos que ponen a sus participantes en manos de un cirujano para que les reconstruya la cara a imagen y semejanza de algún famoso (I want a famous face).

Este programa se emitió en EE UU y tuvo un tirón espectacular en el país. Ver para creer. Ése era el lema de los realities en los años 40 y se mantiene vigente. ¿Qué será lo siguiente?