La bolsa o la vida
El mundo ha sentenciado las bolsas de plástico, mientras en Españanos resistimos a pagar por ellas o a sustituirlas por otras sin impacto ambiental
Actualizado: GuardarLos grandes cambios se consiguen con gestos cotidianos. Nuestras abuelas arrastraban el carrito en su periplo matinal del ultramarinos a la pescadería. Hoy se va de compras con las manos vacías: los supermercados suministran bolsas sin fin. Son gratis, e incluso hay quien arrampla un puñado cuando la cajera se despista. En el mejor de los casos, se reutilizan para basura; en el peor, acaban en la panza de un delfín.
Rescatar el carrito de la abuela o acudir al centro comercial con un bolsón de tela suena a fundamentalismo ecologista. Parece imposible un país sin bolsas de plástico, de la misma manera que resultan una quimera los bares sin humos. Pero el mundo ya las ha sentenciado mientras España da largas. No podemos seguir gastando al año 10.500 millones de bolsas de polietileno, un material no biodegradable.
Toca a 240 por cabeza. 100.000 toneladas, casi el 10% de los residuos sólidos que se generan en el país. «Vivimos en la era del plástico», certifica Sara del Río, de Greenpeace. «Y los mayores perjuicios de las bolsas al medio ambiente no los produce su fabricación, sino su vida posterior».
Sólo un 10% acaba en el contenedor amarillo. El resto queda a merced del viento. Y ningún mar u océano está a salvo. La ONU calcula que en cada kilómetro cuadrado de agua salada flotan 18.000 restos de plástico. Los fondos del Mediterráneo acumulan la mayor siembra de residuos plásticos del planeta. Por eso los peces se atragantan y las aves los confunden con presas. Una miserable bolsa elaborada con petróleo, con una vida útil de 15 minutos, tarda 150 años en comenzar a degradarse. Algunas pueden permanecer intactas cinco siglos. Es fácil comprender por qué un cachalote como el que apareció muerto en la costa francesa en 2004 llevaba su aparato digestivo taponado con bolsas de una cadena de supermercados española.
Los países de nuestro entorno ya se han puesto las pilas para reducir la hegemonía del plástico. En 2002, Irlanda aprobó un impuesto por el que los consumidores debían pagar 33 céntimos por bolsa en caja. Una campaña publicitaria ayudó a concienciar a los ciudadanos, que en pocas semanas redujeron el consumo de plástico en un 94%. Los irlandeses compraron bolsas de tela reutilizables y las guardaron en el coche o en la oficina. La tasa tuvo un efecto disuasorio, pero su mérito no fue atacar el bolsillo, sino la conciencia colectiva. Hoy es difícil ver una bolsa de plástico en Dublín. No son ilegales, pero sí inaceptables desde el punto de vista social.
Almidón de patata
En España, una medida similar es sólo cuestión de tiempo. El Plan Nacional de Residuos tiene como objetivo sustituir las bolsas de plástico en un 70% para 2015. El Ministerio de Medio Ambiente abre la puerta a la introducción de un gravamen dentro de dos años si no se cumplen los objetivos de reducción de estos plásticos. Ya en 2006, la Administración firmó un convenio con las cadenas de distribución y los fabricantes de bolsas, por el que estos últimos pretendían demostrar que era posible acabar con el consumo desenfrenado. Pura declaración de intenciones.
«Nuestras bolsas tipo camiseta son desde hace varios años más transparentes y finas. Hemos reducido la cantidad de tinta en su elaboración y lo mismo hemos hecho con el polietileno». El Grupo Eroski calcula que sólo en 2006 ahorró 72.000 kilos de colorante y 62.000 de polietileno. Además, pone a disposición de sus clientes un envase reutilizable de un material cincuenta veces más resistente, que triplica la capacidad de una bolsa convencional. Cuesta 50 céntimos, pero cuando se haya deteriorado Eroski se compromete a cambiarlo por uno nuevo gratis y a hacerse cargo de su reciclaje. Cada una de estas bolsas de rafia puede ahorrar hasta 125 de plástico. Con el dinero que se ahorre, la empresa financia proyectos de la organización ecologista WWF.
A pesar de que cadenas como Lidl o Día cobran las bolsas, el temor de las grandes superficies es que les reste clientes; como si, de repente, el parking de un centro comercial dejara de ser gratuito. Así que, de momento, se ofrecen alternativas disuasorias. Alcampo ofrece por 39 céntimos desde el pasado septiembre bolsas biodegradables fabricadas con almidón de patata, que al quedar inservibles se arrojan al cubo de la basura orgánica.
Gracias a un acuerdo con la Generalitat, la cadena catalana Bon Preu paga dos céntimos a sus clientes por cada diez euros de compra si no cogen bolsas. Mientras, los fabricantes de plástico son contrarios a su eliminación drástica. Supondría un varapalo para un sector al que se dedican 700 empresas en nuestro país, con 11.000 trabajadores. Enrique Gallego, director de la Confederación de Empresarios de Plástico: «Las bolsas no son malas para el medio ambiente, lo malo es el mal uso que se hace de ellas».