La misma contienda
La Segunda Guerra Mundial, de cuyo inicio con la invasión de Polonia se cumplen 70 años el martes, se convirtió en una prolongación de la Primera dos décadas después
Actualizado:El mundo recuerda el martes el comienzo de la mayor demostración de barbarie cometida por la humanidad. La Segunda Guerra Mundial convirtió a naciones en vertederos y a ciudadanos en mendigos, además de arruinar a varias generaciones. Las cronologías establecen que se inició hace setenta años, pero realmente arrancó mucho antes, justo cuando terminó la Primera, la Gran Guerra.
La derrota, la humillación a que fue sometida la nación germana tras el armisticio y las leoninas condiciones que impusieron los vencedores en el Tratado de Versalles de 1919 dieron pronto pie a un sentimiento de revancha en Alemania, obligada a renunciar a una octava parte de su territorio continental y a todas sus posesiones coloniales. Además, el Ejército quedó reducido a sólo 100.000 soldados, su flota rebajada en 15.000 unidades y se prohibió el reclutamiento obligatorio.
Las duras condiciones económicas de la posguerra abrumaron al pueblo teutón. El desempleo hacía que un alemán de cada cuatro se hallara sin trabajo. Sin duda, elementos propicios para los movimientos nacionalistas que flotaban en el ambiente. Sólo faltaba alguien que los canalizara. Y ese hombre fue Adolf Hitler.
El Partido Nacional Socialista, surgido en las calles de Múnich en los años veinte, pronto encontró adeptos entre tanto descontento, mientras su libro Mi lucha sentaba las bases de un intento de controlar primero la comunidad alemana y después el mundo.
Bajo la premisa de que la guerra era una actividad noble y necesaria para los alemanes, Hitler se convirtió en una amenaza que no supieron o no acertaron a frenar las grandes naciones. Miraron hacia otro lado cuando se produjo su ascenso al poder, basado en la mentira, el fraude, la coacción y el terror. Sin que el mundo midiera su verdadero peligro, ya había nacido el Tercer Reich.
Rearme secreto
Fue Josef Goebbels, la extensión propagandista de Hitler, quien primero pensó en la guerra. Pronto los nazis alejaron a Alemania de la política pacifista, a pesar de que a finales de 1933 congregaron a las naciones para celebrar un congreso de desarme. Fue el primer engaño que cruzó las fronteras porque, tras el cónclave, los germanos se embarcaron en un proceso de rearme secreto con un programa aprobado en 1934.
Un año más tarde, el mariscal Hermann Goering fue claro. «Hoy se levantan de nuevo las Fuerzas Armadas alemanas», dijo justo tras aprobarse la nueva ley del servicio militar obligatorio. En la primavera de 1936 comenzó la instrucción militar del pueblo y pronto las tropas ocuparon ciudades y aldeas después de jurar que tomarían «para Alemania cualquier territorio» que les pidiera el Führer.
Las potencias tampoco detectaron el riesgo tras las masivas concentraciones de Nuremberg. Incluso entonces creyeron las palabras de Hitler, que afirmaba desde el pedestal que los alemanes no eran «gente que da la bienvenida a una guerra». «Hoy, mañana o pasado mañana, somos por naturaleza pacíficos, deseosos de tener paz», señaló.
Palabras vacías. Ya en noviembre de 1937 convocó una reunión especial con Goering y varios generales donde dejó claro que «la cuestión alemana sólo puede ser resuelta por la fuerza de las armas». En ese encuentro se estableció el escenario para la expansión, según la documentación aportada en el proceso que juzgó a 22 criminales de guerra en Nuremberg una vez acabada la contienda. Y se marcaron asimismo los objetivos inmediatos. «Primero la anexión política y militar de Austria y Checoslovaquia».
La espiral fue irrefrenable. A Austria se le conminó a unirse a Alemania bajo amenaza de usar la fuerza en caso de una negativa. Los vecinos aceptaron en febrero de 1938. Hitler había dicho en 1935: «Alemania ni pretende ni quiere inmiscuirse en los asuntos internos de Austria. La anexión no se ha considerado».
Provocar un incidente
Luego llegó el turno de Checoslovaquia. «Es mi decisión actuar militarmente en Checoslovaquia en un futuro cercano. Es trabajo de los líderes del Reich encontrar el momento político y militar apropiado. Provocar un incidente que justifique la intervención militar», según rezaba un memorando de Hitler enviado a su alto mando en 1938.
Gran Bretaña y Francia cayeron en la trampa al firmar un pacto que implicaba el traspaso de los Sudetes. Los nazis dijeron que era la última demanda territorial. Pero mucho antes de esta declaración existían otros planes para la completa absorción de Checoslovaquia. Llegó vía ultimátum. Bohemia y Moravia deberían ser incorporadas a Alemania inmediatamente o serían invadidas y la indefensa Praga destruida en un ataque aéreo de la Luftwaffe.
«He prometido y garantizado que no habrá más problemas territoriales. No habrá más demandas que las solicitadas al Estado checo y así lo aseguro». Palabras del Führer al mundo en septiembre de 1938. Otras muy distintas para su círculo interno. «La solución al problema requiere coraje, por lo tanto, no es cuestión de perder el tiempo. Polonia debe ser tomada en la primera oportunidad, para pensar después en la invasión de Francia. Habrá guerra».
Las tropas alemanas entraron en Polonia y con ello iniciaron la contienda mundial. Francia y Gran Bretaña actuaron en base a los compromisos firmados con el Gobierno de Varsovia de ayuda mutua y declararon la guerra. Eso fue el 1 de septiembre de 1939. El martes hace setenta años.
El camino de la destrucción pronto cruzó todo Europa: Dinamarca, Noruega, Bélgica, Holanda, Luxemburgo, Yugoslavia, Francia, Grecia... Cada nueva agresión se basaba en el principio de Hitler de que la victoria es lo único que importa, ni los medios ni el derecho, hasta someter al mundo entero.