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Momento de la firma del acuerdo de creación de la nueva Unicaja, en 1991, con representantes de Ronda, Antequera, Málaga, Almería y Cádiz. / SUR
Ciudadanos

Una caja llena de recuerdos

Hace 125 años nació el Monte de Piedad de Cádiz. Más de un siglo de obras benéficas, dinero, crisis, guerras, intervenciones y, finalmente, fusión

ÁLEX MEDINA R.
CÁDIZActualizado:

El primer día de cada mes no hacía falta despertador en las inmediaciones de aquella esquina para ir al colegio. La década de los ochenta atravesaba el año 1984 y centenares de pensionistas hacían cola a la puerta de la Caja, de su caja de la plaza de San Agustín, para cobrar la paga en efectivo. A las nueve de la mañana, al abrirse las puertas de la oficina, el murmullo levantaba de sus camas al vecindario que quedara durmiendo. La Caja de Ahorros de Cádiz levantaba la reja y los jubilados entraban ordenadamente. La fila daba la vuelta a la manzana.

Cien años antes, la escena era muy distinta. También el escenario. Número 11 de Isabel la Católica. Diego Fernando Montáñez, al que muchos llamaron el tercer Balbo y que, entre otras muchas hazañas a golpe de talonario, había canalizado el agua desde los manantiales de La Piedad en El Puerto hasta las entrañas de los hogares gaditanos, dejó 50.000 reales (200.000 pesetas, 1.200 euros) a su muerte (ocurrida en 1874) con la misión de reflotar un nuevo monte de piedad.

Para que atendiera a los más necesitados; para que resucitase ese viejo sueño que intentó erigirse unas décadas antes con la verdadera primera Caja de Cádiz. Fundada en 1845, sirvió hasta de delegación del Banco de España para controlar el comercio con las colonias en aquel siglo XIX donde se acabaron las colonias. No eran tiempos nada boyantes (el declive de la capital ya había comenzado inexorable tras la gloria del Doce) y la pionera se extinguió en 1868.

Tres lustros después de aquello, en el día de la Asunción de 1884, con 30 grados a la sombra en ese 15 de agosto, la Junta de Beneficencia de la provincia, el Ayuntamiento de Cádiz, el Cabildo Catedralicio, la Compañía Transatlántica de Navegación y un pequeño grupo de benefactores convertían la herencia de Montáñez en el capital inicial de la caja gaditana que aún hoy pervive en los pliegues de Unicaja. Hoy, nada menos que 125 años después.

Empeños y cólera

Obra social. El concepto no es una mera pestaña en las páginas web o un póster con ancianos sonrientes en un escaparate. Es una obligación de las cajas herrada (y heredada) en sus estatutos. Todavía en el siglo XXI, un pellizco de sus beneficios (que en algunas enseñas supera la mitad) se derivan a acciones benéficas. Más aún en el XIX. La recién nacida caja gaditana fue especialmente social y en sus diez primeros meses de vida firmó 13.000 empeños para una población al límite. Como las desgracias no dan tregua a los débiles, en 1885 se desató una epidemia de cólera. El Monte de Piedad de la calle Isabel La Católica (la primera oficina no llegaría hasta 1886, en el Pópulo) respondió con liquidaciones gratuitas de ropa y enseres para los grupos que más expuestos pudieran estar a la enfermedad.

Brotó el negocio, creció la Caja de Cádiz. Lideró, junto a sus homólogas de Madrid y San Sebastián una campaña estatal para reclamar reformas que garantizaran su supervivencia, pero a la prosperidad siempre le sucede el declive y en 1897 la Junta de Beneficencia se hizo cargo de la administración cuando las cuentas se tiñeron en rojo tanto que a punto estuvieron de derrumbar el proyecto. Aguantó, gracias a los pocos comerciantes que resistían también la última guerra colonial y a la cabezonería de la ciudad en general, que no quería perder otra seña de identidad.

El siglo XX

Cambió el siglo, las crisis se multiplicaron. La Primera Guerra Mundial, la Depresión del 29, la Guerra Civil, la Segunda Mundial, la posguerra, la dictadura. Mediados de los 60: la dictablanda firma su Ley de Cajas, que otorga a los antiguos monte de piedad un carácter financiero real. Expansión. La Caja de Cádiz va tomando la provincia: a la decena de sucursales en la capital, se suma el goteo por toda la costa. La competencia entra en juego y las trifulcas comerciales con la vecina Caja de Jerez se solventan con un status quo que se respetaría hasta las fusiones de una y otra. La gaditana se quedaría en la costa y sólo mantendría cierta representación en el interior y la jerezana mandaría campiña adentro. Todos contentos y todos creciendo.

La transición (financiera)

Muere Franco. Llega la democracia, los sindicatos, los socialistas y la concesión de autonomía a Andalucía. Las cajas se parecen a lo que son hoy. La de Cádiz se convertiría en los años ochenta en una de las entidades con mayor índice de mecanización de sus actividades y en 1981 era una de las pocas cuya red de oficinas se había integrado plenamente en el sistema SICA (Servicio de Intercambio de Cajas de Ahorros). El Banco de España ya era el Banco de España que nos ha librado estos días del desastre total en el mercado bancario (es decir, el shérif que no pasa ni una) y tuvo que intervenir cuando la entidad (ya con la sede principal en San Agustín) presentó problemas de solvencia.

Aunque los que estaban dentro en aquel entonces defienden que la medida fue exagerada, el estigma formó poso y fue reproche durante la fusión posterior con otras cuatro firmas andaluzas en 1991 (sobre todo, tras otro aviso en 1989). La vieja caja gaditana no estaba tan mal, como demuestra la expansión de sucursales que se vivió a lo largo de los 80. Los tambores de fusiones se imponían y Cádiz no sólo miró al grupo oriental. ¿Sería posible la integración con Jerez y, por extensión, con Sevilla (la que ahora conforma Cajasol)? No era del todo descabellado. Es más: los trabajadores preferían esta opción por la sencilla razón de que ostentaba el mejor convenio laboral. También entró en la baraja la unión con Madrid, aunque, la verdad, si la idea era aglutinar el dinero andaluz no hubiera tenido demasiado éxito desde la óptica política.

Otro cambio de siglo

Finalmente, el acuerdo llegó con el grupo mediterráneo, el que formaban Almería (fundada en 1900), Antequera (1904), Ronda (1909) y Málaga (1949). De todas ellas, la rondeña era la líder indiscutible, el gigante particular de la fusión. Almería era la más rentable y las demás se hablaban de tú a tú desde su modestia. Unicaja alumbró en 1991, con un abanico por logo y un nombre aparentemente sencillo pero que desató las discusiones más largas.

El próximo martes, cuando vuelva a ser día 1, la plaza de San Agustín no amanecerá con largas colas de pensionistas o asalariados. Tampoco habrá ancianos que cobren las 1.200 pesetas, las cuenten una a una a pie de mostrador y, una vez comprobado que su dinero es real, reintegren 200 para ir ahorrando. El murmullo no despertará a nadie. La Caja de Cádiz de Montañez pervive en algunos libros de historia (pocos, muy pocos) y en la memoria de quien tuviera memoria en 1989. Lo demás es futuro.