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Un agente del FBI inspecciona el vehículo supuestamente utilizado hace 18 años para el secuestro de Jaycee en casa del matrimonio detenido. / EFE
MUNDO

Jaycee vuelve a casa

Recupera la libertad tras 18 años secuestrada y con dos hijas fruto de los abusos de su captor

JUANMA MALLO
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Iba al colegio. Era una niña preciosa, rubia, pelo largo, ojos azules. Vestía cazadora y mallas rosas. Un coche, de repente, se aproximó a la pequeña de once años en los alrededores del lago Tahoe, en el norte del estado de California. Dos personas salieron del vehículo y la introdujeron en él por la fuerza. Secuestrada. Su padrastro, que vigilaba a la pequeña, trató de evitarlo. Se montó en una mountain bike -lo único que tenía a mano- y se lanzó en una frenética persecución. Sin resultado. Se convirtió en el principal sospechoso. El miércoles, le tocó «la lotería». 18 años y dos meses después de aquel 10 de junio de 1991, Jaycee Lee Dugard regresó al mundo, con dos hijas, de 15 y 11 años, producto de las relaciones sexuales con Phillip Garrido, su secuestrador, detenido junto a su esposa.

La resolución de este caso se produjo de una forma rocambolesca. Sorprendente. Su captor, un hombre de 58 años, fanático devoto, que estaba en la lista de violadores del estado de California por su actividad criminal en el pasado, acudió el martes a la Universidad de Berkeley para repartir unos folletos, quizá de carácter religioso. Le acompañaban las dos niñas.

Un guardia de seguridad se acercó al grupo. Encontró «extraña» la relación del trío, según explicó Fred Kollar, ayudante del sheriff del condado de El Dorado, donde se encuentra Antioch, el suburbio en el que Jaycee padeció su cautiverio, a 300 kilómetros de su casa. «Las niñas no han ido nunca al colegio, tampoco al médico. Han sufrido un aislamiento completo», destacó Kollar.

Condenado por violación

De inmediato, el agente pidió la documentación a Garrido, autor de un blog en internet llamado Voces reveladas. La comprobó y saltaron las alarmas: había estado en la cárcel en 1971 por violación y desde entonces se encontraba en libertad condicional. Temor.

Le citaron para el día siguiente, miércoles, con la persona que vigilaba su condena. Se presentaron él, su mujer, de 54 años y acusada de secuestro, las dos niñas y una tercera chica, rubia. El trabajador social, que visitaba de forma asidua la casa de Garrido en la típica barriada estadounidense de casas con jardín, valoradas en 140.000 euros, sólo conocía al matrimonio.

Comenzaron las preguntas. Y el secuestrador, que «escuchó la voz de Dios» en 1991, se derrumbó. Para asegurarse los agentes se dirigieron a Allissa, como llamaban a Jaycee. La mujer dio detalles que nadie podía saber acerca de su secuestro. «Es ella».

Avisaron a la madre, Terry. Y ésta a su ex pareja, Carl, un veterano de Vietnam, a través de su otra hija, de 19 años, fruto de una relación que estalló por el secuestro de la ahora reaparecida. «Me dijo: ¿Estás sentado? Mamá tiene algo sorprenderte que decirte», recordó ayer. «Han encontrado a Jaycee. Está viva», le dijo su ex esposa entre lágrimas. Y, según la policía, en «buen estado de salud»

Conocida su identidad, brotaron los escabrosos detalles de un terrible secuestro que había pasado desapercibido. «Eran unas buenas personas. Y yo nunca he visto a las niñas», se dolía Helen Boyer, una vecina de 78 años.

Y no lo hizo porque el delincuente, que estaba «enfermo» y del que su padre desveló un largo historial de «problemas con las drogas», expone el diario Los Angeles Times Times, construyó un «cobertizo dentro de otro cobertizo» en la parte trasera del jardín, tapado con lonas, de una vivienda que está siendo registrada por el FBI y en la que se ha encontrado el coche empleado para raptar a aquella niña.

De momento, el jueves Jaycee y sus hijas se reunieron con su madre y una tía, y hablaron por teléfono con su padrastro. Y ayer fueron a un hotel como paso previo para volver a casa. A su nueva vida. Sus captores, mientras tanto, comparecieron por la noche (hora española) ante el tribunal acusados de más de 20 cargos y con una fianza de más de 700.000 euros. «Deberían ser condenados al infierno», deseó Carl.