Bióloga del estilismo
Actualizado: GuardarP arece que fue ayer, pero ya llevamos cuatro veranos sin el tradicional posado playero de Ana Obregón. Me refiero al que ella orquestaba puntualmente al comienzo de sus vacaciones en la Costa de los Pinos mallorquina. Aquella era una demostración de exhibicionismo y contorsionismo dificil de superar, por el altísimo grado de vanidad de la artista y, sobre todo, por su depurada (y arriesgada) técnica a la hora de meter barriga. Pero que Ana no llame expresamente a los fotográfos para posar por su cuenta como modelo de ropa de baño no significa exactamente que se esconda. Mientras quede un chiringuito en pie, allí estará ella, marcando... tendencia.
Recuerdo que una joven actriz, cuyo nombre prefiero no revelar, me explicó en una ocasión que ella se «personalizaba» mucho a la hora de vestir. Yo más que personalizada la veía disfrazada, pero, en fin, era sólo mi opinión. Disfrazarse es a mi juicio una forma de despersonalizarse, o más bien de adquirir una personalidad prestada. Un ejemplo clarísimo y muy reciente lo tenemos en esa imagen de Ana Obregón vestida de Pocahontas. Chocante y tal vez anacrónica, sí, pero hay que admitir que también coherente, pues el verano es una época especialmente indicada para hacer el indio. Ignoro cuánto tiempo dedica Obregón a maquinar cada uno de sus estilismos, pero estoy segura de que es muy superior al que, como actriz, dedica a estudiar un guión o, como bióloga, a mirar por el microscopio.
Perdió a su amigo
Lo único que ella realmente analiza con microscopio es si este color se mata con aquél o si el estampado equis actúa o no en perfecta simbiosis con este pañuelo o aquel collar... Un experimento científico que, de ser tomado demasiado en serio, puede conducir a la locura. Y de esto Ana Obregón sabe un rato, pues perdió hace poco en trágicas y delirantes circunstancias a Daniel Elkum, su estilista de cabecera. Esto, según dicen, la tiene sumida en un duelo semejante al que abatirá a Madonna el día que desaparezca su rabino.
Una fashion victim sin estilista podría andar por la vida, parafraseando a Almodóvar, como vaca sin cencerro, pero la verdad es que Ana sigue experimentando con los trapos por su cuenta y no le sale del todo mal. Aunque hace tiempo que a mí, personalmente, lo que de verdad me interesan son sus complementos. No hablo de la sandalia, el bolso, el pareo o las gafas del sol, sino del maromo que ella cuidadosamente elige para que combine con todo eso, y que por supuesto tiene que ser joven, cachas y muy bronceado. Este verano Ana (que rara vez repite biquini) ha elegido por segundo año consecutivo al apolíneo Ra (por cierto, ¿Ra de Ramón, de ratón, de raqueta, de rábano...?) Y, si como dijo (o bien pudiera haber dicho) Coco Chanel los complementos de una mujer deben hablar bien de ella, éste de Ana Obregón cumple perfectamente su cometido. La pone lo que se dice por las nubes.