Sociedad

El mejor de los peores

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A veces los lectores y la crítica se ponen del mismo lado, aunque sea para hacer el mal. Si creen que es difícil elegir al peor escritor de la historia, deberían saber que al menos conocemos quién ostenta el título de peor poeta de la historia. Se llama William Topaz McGonagall y nació en Edimburgo en 1830. Era un poeta tan malo que en sus lecturas la gente rodaba por el suelo de risa. A él no debía importarle mucho porque dio recitales a lo largo de veinticinco años, por toda Escocia e incluso en el extranjero, siempre con mucho éxito de público.

McGonagall publicó unos doscientos poemas que presentan la extraña virtud de la estupidez. Era un poeta delirantemente absurdo y consonante. Dedicó sus poemas a los trenes, a la temperancia, a los grandes personajes («¡Inmortal William Shakespeare, nadie te aventaja!»), a la luna, al «hermoso sol». Para que se hagan una idea, Campoamor a su lado es Horacio.

Hace unos años, el alcalde de Dundee, la ciudad en la que McGonagall vivió toda su vida, dijo que era un autor tan malo que resulta memorable. Lo hizo mientras homenajeaba a McGonagall y presentaba la inscripción de uno sus poemas más conocidos en uno de los puentes de la ciudad. Quienes visiten Dundee podrán ver el texto en el puente de Tay. Un leve conocimiento del inglés bastará para soltar una carcajada y seguir adelante.

Su estampa, en sellos

Últimamente también ha surgido una iniciativa popular para que el servicio de correos inglés haga un sello con la estampa de McGonagall y se reconozcan oficialmente sus méritos como peor poeta de la historia. Estaría bien, porque el escocés siempre estuvo fascinado con los fastos, los títulos y la nobleza. Unos bromistas le hicieron creer en una ocasión que un remoto sultán le había otorgado el título de Caballero del Elefante Blanco.

El poeta aprovechó la presencia de la Reina de Inglaterra en Balmoral para acercarse a saludar. Pensaba que la Reina no podría resistirse a nombrar Caballero del Imperio Británico al Caballero del Elefante Blanco. No hubo suerte, claro. No le recibieron. Afortunadamente, aquel agravio no impidió que McGonagall le dedicase varios poemas a la corona a lo largo de su vida. Lo que no se sabe muy bien es si esos textos son de homenaje o de venganza.