Esto está lleno de pobres
Actualizado: GuardarEl trovador dice que nunca has de tratar de volver al lugar en el que fuiste feliz. Pero Gades es una vieja tozuda con poca pinta de oír a cantautores. Así que, para llevar la contraria a la estatua de Vassallo que la representa como joven oteadora, no hace más que girar el cuello hacia atrás con tanta frecuencia que quizás precise collarín. La zanahoria es el Doce, pero la mayoría debe de creer que es de plástico. Nos dicen, hasta la pesadez, que «mañana, mañana», como en la película Annie.
Pero al abrir las orejas resulta que medios e instituciones hablan en futuro y condicional mientras la gente conjuga su visión de la ciudad en pretérito perfecto. Alguna vez, esta ciudad tuvo que ser rica, cosmopolita y divertida. No hace tanto, no en tiempos de Las Indias o La Pepa. Tuvo que ser a finales del pasado siglo porque la mayoría de sus habitantes (incluso los que apenas superan la treintena) se pasan la vida suspirando por lo que fuimos, en un ejercicio que, como todos los melancólicos, resulta tan enternecedor como inservible.
En verano, la tendencia se dispara. El calor hace explotar los recuerdos como hizo saltar las minas en San Severiano. De pronto, tratamos de analizar las barbacoas como cuando vivíamos tres meses en la playa y teníamos casetas. Como cuando era un inofensivo y particular gesto de unos pocos que decidían pasar la noche al fresco y luego recogían. Aún hay mucha gente corriente y decente que trata de mantener esa preferencia y se pega contra la realidad. Han pasado 25 años y aquello no va a volver.
Que vuelvan los bailes del Falla. Que los conciertos en la playa sean como los del Cortijo de Los Rosales. Que el sábado de Carnaval sea como aquel. Que todos trabajemos con horario en Astilleros. Que viva El Vaporcito. Quedamos en la Estación Marítima. Que regrese el señorío (¡qué horror de palabra!). Ni el debate del nudismo hemos resuelto, como si Susana Estrada siguiera en las portadas.
Muralla de lamentaciones
Pero pretender que las barbacoas sean lo que fueron (si alguna vez llegamos a establecer claramente qué fueron), es tan absurdo como pretender que cualquier otra cita multitudinaria se mantenga como hace 25 años.
Los protagonistas de todo han cambiado tanto que mantener intacto cada evento (?) es una quimera. La cantidad de jóvenes con dinero, medio de transporte y permiso para viajar se ha multiplicado por mil. El número de turistas adultos, igual. El concepto de ocio, fiesta, exceso y riesgo de varias generaciones ha mutado, como la gripe. Su relación con alcohol, drogas o sexo ha cambiado radicalmente. No siempre para peor, que sus padres fueron los primeros en sacralizar la bebida como epicentro universal de la diversión.
Conceptos básicos de convivencia (recoger, mear, molestar...) han cambiado de tal forma durante esos 25 años (de constante caos educativo) que pretender mantener congelada la imagen de la ciudad (sea en febrero, agosto o Navidad) es una tontería.
¿Cádiz hortera?
Pero también hay que sacar la cara por la vieja abuela. Esta horterización del ocio, esa democratización del desplazamiento y las tradiciones, esta masificación alcoholizada de cualquier cita se produce igualmente en todas las localidades andaluzas y españolas. La cantinela del «ya no es lo que era», las supuestas, injustas y generalizadoras hordas de borrachos, temerarios, canis y meones (que siempre existieron, aunque fueran menos) afectan por igual a todas ferias, encierros, verbenas y fines de semana de pueblos, ciudades y urbanizaciones. Los que quieran comprobar qué habas cuecen en otros sitios pueden buscar el telediario del 24 de junio en internet, para comprobar cómo quedaron las playas de media España tras la velada de San Juan. A la vista de esa imagen -un ejemplo entre mil-, colgarle a Cádiz la etiqueta de «hortera, bajuna y llena de pobres» por padecer la misma decadencia del ocio colectivo que el resto de ciudades denota el creciente desprecio con el que algunos oriundos, visitantes y residentes tratan de confirmar sus prejuicios.
Traducción de 'gracioso'
Aunque hablen de ingenio, gracia y peculiaridad («Zandevid, picha»), sólo tratan de buscar pruebas de que están al sur del sur (siempre estamos más al sur que todos). Ese mohín soberbio resulta ridículo cuando el autor es un lugareño o procede de un barrio de cualquier otra localidad andaluza con el mismo número de piojos per capita.
Que suceda en más sitios no descarga de razón a los que desean que la oferta de ocio, cultura y turismo de Cádiz sea mejor, distinta o nueva. Para eso habrá que dejar de mirar hacia atrás y plantearse algo que no se celebre desde hace 25 años, si puede ser, antes del plomizo 2012. Fogonazos ilusionantes hay (San Sebastián, Santa Catalina, noche blanca...) pero siempre parecen faltos de continuidad y fe.
Que ocurra en otros lugares no elimina el derecho de algunos vecinos a proclamar que «en mi playa, no», a exigir de una vez algo más que arena para ofrecer cada estío.