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Secretos de una cosecha a la luz de la luna

La recogida nocturna de la uva es una práctica poco extendida entre las bodegas de Jerez, pero ya comienzan a descubrir sus ventajas, económicas y laborales

JAVIER MUNICIO
JEREZActualizado:

Lo último que hacemos antes de bajarnos del coche es mirar el cuadro de mandos. El termómetro marca 27,5 grados, lejos del pico máximo cercano a los 40 que han sufrido en la viña Pago la Plata durante el día, mientras cerca de 500 jornaleros se afanaban por recoger la mayor cantidad de uva de sus viñedos, en este caso propiedad de Barbadillo.

Esos cerca de 13 grados de diferencia son la causa principal de que a estas horas de la noche, cuando apenas el calendario estrena unos minutos del nuevo día, la planta de esta bodega presente una febril actividad. Sus enólogos afirman que cuanto más baja sea la temperatura durante el proceso de corta, mejor calidad presenta la uva y menos «caldea» durante su manipulación en el campo y el traslado hasta la planta.

Un camión y varios tractores con sus correspondientes remolques agrícolas hacen cola para verter su preciado tesoro, recién cosechado, a las tolvas de recepción de la bodega, e iniciar el proceso de transformación.

En su interior, 15 trabajadores ocupan los puestos claves para dar la continuidad necesaria al proceso de transformar la uva en vino. Unos se dedican a los trasiegos, otros a la centrifugación, los hay que dirigen desde el pupitre de máquinas y el resto se ocupa de la preparación de los productos enológicos y de la limpieza de los depósitos, maquinaria y suelos.

Para completar la estampa que todos conocemos faltan los jornaleros del campo, que hace horas terminaron su turno y no trabajan cuando se esconde el sol. Sin embargo, no paran de acumularse remolques de uva recién cortada. ¿Quién está trabajando entonces en el pago? ¿Quién vendimia en los cuartos?

Para responder a este dilema acude a recogernos hasta la bodega José María García, que esta noche patronea la actividad campera. Nos subimos a su furgoneta, que rápidamente enfila los caminos que conducen hasta el tajo.

En el trayecto ya lo advierte: «Vais a conocer al monstruo, es una máquina impresionante. Tiene cerca de 600 caballos». Tras pasar una corta la vemos. Efectivamente, impresiona. En la soledad de la campiña jerezana tengo la impresión de toparme con un vehículo militar blindado. Sus dimensiones son parecidas, su volumen también, y resulta, al menos a simple vista, aún más alta. Pasmosa es la facilidad con la que encara cada una de las hileras de cepas, y cómo, tras su paso por encima de ellas, la planta aparece de nuevo, como por arte de magia, sin sus racimos pero igual de esplendorosa y sana. Parece milagroso si escuchamos el ruido de sus motores a plena potencia y sus turbinas levantando una gran polvareda a su alrededor.

Ésta es la mayor de las maquinas que han automatizado la vendimia por cuarto año consecutivo. Barbadillo presume de ser la pionera en estas lides, aunque poco a poco otras firmas bodegueras se apuntan a mecanizar sus fincas.

Se utiliza para las dos variedades de uva predominantes de la bodega sanluqueña, la merlot, destinada a elaborar vino tinto, y la palomino, empleada para el resto de productos vitivinícolas del amplio catálogo de caldos blancos, manzanillas y vinagres.

Esta máquina es capaz de recoger en una sola noche hasta medio millón de kilos de uva, una cantidad que 13 jornaleros tardarían 13 horas en alcanzar trabajando sin parar. Otra cifra: recoge la uva existente en una hectárea de terreno en apenas una hora y media. Imposible que las manos de un jornalero compitan con las tolvas de este ingenio mecánico, alquilado a una empresa de La Rioja, donde su uso está mucho más extendido que en nuestra denominación de origen.

Pero que no salten las alarmas. Tiene un punto débil. El calor y las altas temperaturas limitan su efectividad en trabajos diurnos, por lo que la vendimia, a mano, perdurará muchos años más.