De sabores va la cosa
CÁDIZ Actualizado: GuardarL a salada persona de Mariana Cornejo, la dulzura de Carmen de la Jara, los sabores balsámicos con Antonio Reyes y diversos acompañamientos se juntaron la noche de jueves para componer otro plato combinado flamenco en el escenario del Baluarte de la Candelaria.
Esta vez el aperitivo no ha sido una joven promesa, sino un veterano subestimado: Francisco González Aguilar de Vejer. A sus sesenta años, se ha prodigado relativamente poco, pero su martinete y debla, liviana y serrana, milonga y fandangos con letras originales y una voz limpia y sincera, hicieron las delicias del público. Le acompañó su hijo, Juani de la Isla, otro nombre que no suena tanto como debería, dado el excelente nivel de su toque.
Con el apetito así abierto, recibimos al primer plato fuerte de la velada. O soy yo, o Mariana Cornejo está cada vez mejor, más guapa, más cantaora, más gaditana si cabe. Brinda su actuación al «maestro de maestros», haciendo un gesto hacia el retrato gigante del añorado Chano Lobato. Alegrías de Cádiz, soleá, chuflillas, tanguillos y bulerías, esto sí que es cante que alimenta. El aderezo de Pascual de Lorca a la guitarra es el acompañamiento perfecto.
La primera parte termina con el baile de Juan José El Junco, dos metros de elegancia flamenca. Abanderado del baile gaditano masculino, es el maestro de decir mucho con poco, y de hacer que lo difícil parezca fácil. Personalidad, gracia, sutileza y fuerza, con el soberbio atrás de David Lagos y Manuel Tañé al cante, y Keko Baldomero a la guitarra, fueron los ingredientes de primera calidad que nos llevaron hasta el descanso.
Después de la manzanillita, Carmen de la Jara llegó para refrescar el paladar colectivo. Cantiñas, con ese decir minimalista tan gaditano, tientos tangos, siguiriyas muy de la tierra, fandangos y bulerías de La Perla, y Juani de la Isla vuelve a demostrar su extraordinaria capacidad guitarrística.
Voz aterciopelada
Para hacer la digestión, nada mejor que el delicioso cante del joven Antonio Reyes de Chiclana. Su voz natural aterciopelada, y su decir tiernamente doloroso, se ajustan perfectamente a la soleá con la que empieza. Tangos azambrados y acancionados nos recuerda la admiración que siente el cantaor por Manolo Caracol. Duele bien por siguiriyas, y por bulerías, la guitarra de Antonio Higuero no puede ser más sabrosamente jerezana para acompañar el cuplé clásico en escala menor que interpreta Reyes. Lástima que el público exija zambra para terminar, lástima que el cantaor les complazca, y lástima que un artista de su talla sienta la necesidad de recurrir al baile de la parienta para cosechar el aplauso fácil, cuando ya lo tenía en el bote.