Votar con el burka
Los derechos de la mujer evolucionan en el país, pero aún apoyan al candidato ordenado por su marido y son cacheadas a su llegada al colegio electoral
KABUL Actualizado: GuardarSalas de votación separadas, entradas a los centros electorales diferentes, pero el mismo voto que sus maridos. Las mujeres afganas acudieron también ayer a la cita con las urnas aunque su presencia fue menos visible que la de los hombres. «Vienen siguiendo a sus esposos y cuando llegan se plantan delante de la mesa y nos dicen que quieren votar por un candidato concreto, que es el que les han dicho que deben seleccionar», lamentaba Shila Hakimzadeh, jefa de mesa en la mezquita de Oman Ghani, en el distrito número de cinco de Kabul, uno de los lugares que fueron atacados con el lanzamiento de un cohete que cayó a escasos metros del lugar donde los ciudadanos acudieron a depositar su voto. Decenas de afganos hacían cola en la estrecha puerta que da acceso al templo. Una puerta doblemente estrecha ayer porque tuvo que ser dividida con una cinta para que hombres y mujeres ocuparan su propio espacio. Al otro lado de la puerta, con un Kalashnikov a la espalda, Shaima se encargaba de cachear y registrar detenidamente al electorado femenino. Esta agente de Policía lleva un año en el cuerpo y tiene tres años más de contrato. Ella también ha votado al elegido por su marido, y lo único que pide es que el ganador sea «honesto y buen musulmán». Afirmó que el cohete que cayó cerca del lugar no la ha asustado, y espera que días como éste sirvan para que «pronto una mujer pueda ser presidenta, aunque todavía es pronto para dar ese paso».
Escaños femeninos
Shahla Ata y Frozan Fana han sido las dos mujeres que presentaron su candidatura a la presidencia, una opción a la que la Constitución deja las puertas abiertas. En el registro que se llevó a cabo antes de los comicios, el 38% de los cuatro millones y medio de personas registradas eran mujeres y su voto tendría «mucha fuerza» si estuviéran unidas, asegura Hakimzadeh mientras explica a una votante que debe levantarse el burka para que se vea que es una mujer. En los comicios paralelos en los que se elige los consejos provinciales, 328 mujeres compiten por hacerse con 124 asientos que tienen reservados para ellas. La discriminación positiva sigue siendo insuficiente en un país en el que «el auténtico enemigo de la mujer es el fuerte peso de la tradición», según la diputada Shukria Barakzai.
En medio del torbellino electoral y con los primeros ataques mortales de los talibanes en Kabul en los últimos seis meses, las autoridades afganas decidieron aprobar la polémica Ley Familiar, conocida como ley talibán. Tan sólo se aceptaron las enmiendas a tres de los 249 artículos de un texto original y, gracias a ellas, la edad mínima del matrimonio queda fijada en 16 años para las mujeres y 18 para los hombres, las madres podrán tener la custodia de sus hijos hasta los ocho años, y hasta los nueve de sus hijas, y tendrán derecho de abandonar el hogar sin permiso del marido «en situaciones de emergencia».
La polémica despertada en Occidente se reduce a las discusiones de la pequeña élite política de Kabul. Más allá de la capital nadie hace demasiado caso a las leyes porque lo que rige el día a día son los códigos de conducta tribales. Shaima pasa el Kalashnikov a su compañero. Son las 9.00 horas y le queda una larga jornada por delante. Por los 120 hombres que han pasado por la mezquita en las dos primeras horas de votación, sólo han llegado veinte mujeres. «Seguro que están preparando la comida y vendrán por la tarde», comenta esta policía mientras se acomoda en su silla de playa en la única sombra del lugar.