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De catamarán a crucero
Actualizado: GuardarLayla, Beatriz Sánchez, Leyre, Mayte y Beatriz Lorente viajaron el pasado domingo desde Andosilla (Navarra) para ver «si todas las cosas bonitas que dicen de Cádiz son ciertas». Las cinco jóvenes –con edades comprendidas entre los 23 y 25 años– están alojadas en un apartamento de Conil «en un viaje sin novios» y ayer se desplazaron hasta la ciudad para poder visitarla. Autobuses, trenes o coches eran las opciones que tenían para llegar hasta Cádiz. Sin embargo, las cinco estudiantes eligieron el catamarán. El novio de una de ellas les previno de la belleza de viajar desde El Puerto hasta Cádiz por las aguas de la Bahía.
El viaje no las decepcionó. Desde que embarcaron, no pararon de moverse por la cubierta del catamarán, de proa o popa, para no perderse detalle del viaje. En todas las zonas en las que se asomaban a ver el mar, cada una de ellas se hacía la foto de rigor con la silueta de Cádiz recortada por el sol. No fueron las únicas, las cámaras eran las verdaderas protagonistas del paseo. Cada uno de los viajeros poseía la suya y no dejó de usarla en los 25 minutos que duró el viaje.
Un viaje turístico
El caso de las cinco jóvenes no es el único que se da en estas fechas. De hecho, la mayor parte de los ocupantes del catamarán que zarpó de El Puerto a las 20.05 eran turistas. Muchos de ellos acudían a Cádiz con el único fin de realizar un viaje al fresco de la Bahía e inmortalizar la entrada al Muelle de Cádiz. De hecho, en cuanto la humedad del viento de suroeste dejó ver a los pescadores de la Punta de San Felipe, la mayor parte de los ocupantes se puso en pie.
Bajo exclamaciones de admiración y halagos, el catamarán se adentró en las aguas del recinto portuario para encarar la recta final de su trayecto. «Aunque nosotros estamos acostumbrados al mar, la verdad es que el trayecto es muy bonito y agradable», explicaba Amaya.
Esta bilbaína –que visita la provincia cada verano desde hace diez años– y su marido ejercían de cicerone de otro matrimonio de la misma ciudad que acudía a Cádiz por primera vez. Disfrutaron del frescor del viento desde la popa de la cubierta del catamarán y desde allí contemplaban los barcos que navegaban por la Bahía. «Los primeros veranos utilizábamos El Vaporcito. Ahora viajamos en el catamarán por que es más rápido y cómodo», explicó Amaya.
A las 8.30, preparó la pasarela de acceso a la terminal del Muelle. El viaje se había terminado. Desde ese momento, Layla y sus amigas tenían una hora para visitar toda la ciudad, antes de que el último catamarán zarpara de Cádiz. «Tenemos que correr mucho para que nos de tiempo», bromeaba la joven. Sin embargo, no descartaba volver otro día para poder visitar la ciudad: «Así podremos montar otra vez en barco». Otra opción más arriesgada era la de Esperanza y sus cuatro amigos. Al contrario que Layla, los cuatro estudiantes franceses alojados en un camping de El Puerto no tenían prisa. «Tenemos pensado pasar toda la noche en Cádiz para disfrutar de ella», explicaba Esperanza. Tanto ella como sus amigos se mostraron encantados del refrescante paseo y prometieron repetir «pero eso ya será mañana», bromeaban los jóvenes.
Esperanza y sus amigos se cruzaron con Rocío y Juan Luis. Los dos salmantinos de 25 años se dirigían a El Puerto después de pasar el día de turismo por Cádiz.
Los dos estaban encantados con el servicio: «No tenemos que coger el coche, además es muy barato». Tan barato, que a Rocío le parecía demasiado barato.
«Las vistas y la rapidez no están pagadas. Es un medio que todavía está por explotar». Los dos aprovecharon la visita para cumplir su capricho de montar en barco. Un deseo que quedó «cubierto con creces» en su paseo por el medio de transporte interurbano que, de pronto, se convirtió en turístico.