Un cirujano para quien «todo vale»
Este médico valenciano ha firmado algunas de las intervenciones más arriesgadas del siglo XXI
Actualizado:Pedro Cavadas (Valencia, 1965), divorciado, padre de las niñas Ruolan y Xiaodan, cirujano especialista en microcirugía y en cirugía plástica y reparadora, se guía por un único mandamiento: en el quirófano «todo es lícito si el fin es mejorar la calidad de vida del paciente». Fiel a ese compromiso, este cirujano que no usa ni traje ni bata blanca -«no me gustan los disfraces de médico», dice- ha acometido intervenciones espectaculares y de una enorme dificultad técnica. «No tener cara es no estar», ha llegado a decir.
Antes de realizar ayer el primer trasplante de cara de la medicina española, Cavadas ha reimplantado con éxito manos perdidas 20 años antes, ha convertido un brazo derecho en izquierdo, ha salvado la extremidad a un cuidador atacado por un elefante y ha recuperado una mano cosiéndola durante nueve días a la pierna del propio paciente, ha arreglado penes y cráneos destrozados...
Cientos de personas han recuperado funciones perdidas y han mejorado su aspecto, mientras otros cientos esperan turno para ser atendidos en la clínica o en la fundación de este valenciano, convertido en la última esperanza de casos imposibles. «Es muy gratificante, no lo niego. Pero también es un reto, una responsabilidad muy importante que me obliga a estar siempre al día en los últimos tratamientos. Si yo les digo no, los pacientes saben que se acabó. No hay más», declaró Cavadas en una reciente entrevista con el periódico El Correo en Valencia.
África cambió su vida
Pedro Cavadas es el tercero de cinco hermanos de una familia de clase media, volcado siempre en el estudio. «Muchas veces he sentido que he perdido la infancia y la juventud de tanto estudiar, pero no me arrepiento», señala. Llegó a la Medicina por carambola, se doctoró cum laude y terminó su especialización en La Fe, el mismo hospital donde operó ayer. En su periodo de formación visitó centros médicos y quirófanos en San Francisco, Detroit y Dallas, movido por las ganas de aprender las últimas técnicas.
El cirujano no oculta su pasado pijo, de conductor de Porsche por las avenidas y la noche de Valencia. Pero, asegura, una visita a África le cambió para siempre. Decidió viajar a Kenia (como hacen otros médicos), para coger mano y «hacer turismo de adrenalina, con la idea de salvar a unos cuantos negritos y volvernos a casa luego». Pero lo que vio en la frontera con Uganda alteró su vida. «El mundo real está en África. Allí las peores fieras son las personas. Las disputas por un pozo de agua se resuelven a tiros o a machetazos», recuerda.
La visión de aquellos seres destrozados hizo que Cavadas renunciara al lujo e iniciara una nueva vida. Vendió su deportivo, envió aquel dinero a Kenia y creó una fundación para tratar a personas con pocos recursos. «Nadie que requiera de mí un tratamiento se va a quedar sin él por falta de dinero», asegura. Había pasado muchos años atrapado por un espíritu «de quinceañero, intentando mear más lejos que los demás». Tal vez los restos de aquel afán le llevaron ayer a intentar el más difícil todavía.