PAN Y CIRCO

La final maldita

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Hay finales que pasarán a la historia por su espectacularidad o por la importancia que tienen para algunos de los contendientes, sobre todo para el que gana que, al final, la termina recordando para toda la vida. Es lo que nos sucede a nosotros con las de las Eurocopas de Madrid en 1964 o con la más reciente de Austria de hace un año. Otras permanecen en la memoria por ser partidos irrepetibles como aquella Final del Mundial de Inglaterra con un gol que, después de tantos años, aún no sabemos si el balón entró o la de cuatro años más tarde en México, con la mejor versión de Brasil pasando literalmente por encima de Italia. Para los españoles las ganadas por el Real Madrid en Europa en su época dorada o las más cercanas del Barcelona, desde aquella del tanto de Koeman.

Sucede a veces que los aniversarios sirven para que rescatemos disputas memorables como la Final de la Olimpiada de Los Ángeles de Baloncesto de la que se han cumplido 25 años esta semana. Los nostálgicos siempre recordaremos a los Corbalán, Margall, Epi, Fernando Martín, Andrés Jiménez y compañía, capitaneados por el entrañable Díaz Miguel, el gran precursor de que el deporte la canasta comenzará a conocerse en España. Con todos los respetos para los técnicos que han pasado por el combinado nacional, la que hubiese liado el bueno de Antonio con el equipo actual.

Pero, lamentablemente, hasta esta última cita ha pasado inadvertida por mi cabeza esta semana, en la que sólo me he acordado de la Final de Glasgow que disputaron el Sevilla y el Espanyol porque allí estaban sobre el césped Puerta y Jarque. Lo que yo daría porque esa final la hubiesen jugado el Khimki ruso y el Vaduz de Liechtenstein y hubiesen ganado estos últimos 6 a 5. No me importaría acordarme de ese partido a cambio de ver a Antonio y Daniel sobre la hierba de Nervión y Cornellá.