El regate imposible
Actualizado: GuardarEscribí muchas veces, hasta casi dolerme las teclas, de Camilo Liz Salgado. Lógico por cuanto se ha llevado media vida vinculado al Cádiz y, en general, al fútbol sureño. Quienes le vieron jugar le definen como un «pelotero honrado», aunque los más viejos del lugar le siguen recordando su funesta actuación en el viejo Mirandilla en el ya célebre choque contra el Murcia, albores de los años cuarenta, primer ascenso frustrado a Primera. «Falló, a posta, un gol que nos hubiera dado la victoria», solía pregonar la mayoría de los aficionados de aquel partido. Una leyenda negra que Camilo siempre rechazó, terriblemente enfadado. «Gajes del oficio, Camilo», le solía decir a modo de consuelo.
Lo cierto y verdad es que con el transcurrir del tiempo, Camilo demostró con creces su amor por el Cádiz Club de Fútbol y por la ciudad, en la que le encantaba vivir. Por dos veces entrenó al Cádiz (temporadas 51/52 y 59/60), pero donde más destacó fue en su faceta de secretario técnico y/o gerente deportivo, cargos en los que evidenció su buen ojo clínico a la hora de contratar a un puñado de jóvenes futbolistas que dieron mucho juego y dinero al club amarillo. Entre sus fichajes más destacados se puede citar, por ejemplo, a los Mejías, Juan José, Dieguito, Choque, Francis, Mané y, sobre todo, Mágico González. Amén de tocarle vivir con Irigoyen -el presidente que confió en él- varios ascensos a Primera División y algunos Trofeos Carranza.
Fuera del fútbol, Camilo Liz tuvo más tiempo para filosofar y es ahí donde lo bordaba.
La suya era de una sensibilidad grande que arranca de un hecho no menos importante: Ser enormemente comprensivo con los que empiezan en esto de la pelota, y que se esfuercen, que no se encuentren todo hecho, que sean humildes cuando lleguen los éxitos y no se deslumbren con los dineros. Hay que guardar para la vejez antes de tirar en la juventud. Sabio consejo.Como persona, Liz era un tipo de fácil comprensión. Exteriormente serio, íntimamente era un tío encantador. De fútbol era difícil no entenderse con él. Se sabía todos los entresijos de este deporte. Aunque daba la impresión -eso le encantaba- de ser un hombre tranquilo, sosegado, era de nervio pronto, de mucha prisa, de andar ligero, como si quisiera emular sus tiempos de corredor de fondo (banda).
La última vez que tomé un café con Camilo me dijo que se encontraba «algo achacoso» y que lo que le mantenía con vida era sus recuerdos futboleros y su familia. Nos fundimos en un abrazo y me soltó un «Viva el Cádiz». Genio y figura. A pesar de su avanzada edad, le veía como la misma vitalidad mental que transmitía hace veintitantos años. Pletórico. Y en esta hora quiero recordarle con las mismas prisas con las que vivió. aunque en la madrugada de ayer no pudiese dar el regate, la finta justa y precisa para salvar la entrada que le hirió de muerte. Fue un regate imposible.
Descansa en paz, viejo amigo