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Opinion

Frustación en Honduras

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L a reactivación del toque de queda en la capital de Honduras tras los disturbios y enfrentamientos registrados entre manifestantes fieles al presidente depuesto y las fuerzas de seguridad, ha vuelto a elevar la temperatura del conflicto que divide a la sociedad hondureña y que ha suscitado el unánime reproche de la comunidad internacional. La confrontación urbana, por el momento centrada en la capital Tegucigalpa, refleja la frustración y el descontento de una parte de los hondureños que asisten con incredulidad a los sucesivos aplazamientos del regreso de Manuel Zelaya, presidente legítimo, depuesto y enviado a Costa Rica desde el golpe militar del pasado 28 de junio. En la medida en que la presión diplomática internacional, plasmada en la retirada de los embajadores de la Unión Europea a iniciativa de España, la expulsión del país de la Organización de Estados Americanos (OEA) y los llamamientos recogidos en el plan Oscar Arias para que las autoridades que gobiernan el país acepten el regreso de Zelaya, continúen estrellándose contra la obstinación de los seguidores de Roberto Micheletti, las tensiones internas corren el riesgo de desbordarse. El gobierno de Rodríguez Zapatero expresó ayer claramente su temor a que los estallidos y disturbios se conviertan en un enfrentamiento civil; y no es imaginable peor escenario con un Micheletti que ha dado palpables muestras de inestabilidad a la cabeza de país, en medio de una situación que podría quedar fuera de control con los militares a la expectativa. Probablemente los golpistas han ido ya demasiado lejos para aceptar ahora volver al punto de partida, pero los interlocutores internacionales están obligados a convencer al gobierno «de facto» que es imprescindible aceptar cuanto antes un gobierno de unidad y concentración nacional para recuperar el orden constitucional y preparar la vuelta del depuesto presidente que desemboque en nuevas elecciones. Precisamente ha sido Manuel Zelaya y algunos dirigentes latinoamericanos quienes han reprochado a Barack Oama de no haber intervenido con la energía necesaria para remover la voluntad de los golpistas; pero el presidente estadounidense en un gesto que apunta a una actitud muy medida en la crisis de Honduras, replica que se quejan los mismos que denuncian constantemente la intromisión de EEUU en América Latina.