Un tipo que caía bien a todo el mundo
Extrovertido y jovial. El círculo más cercano al empresario le define como una persona pretenciosa al que los negocios inmobiliarios y su ambición le pusieron en serios aprietos
| CÁDIZ Actualizado: GuardarDefinir hoy, 13 de agosto de 2009, a Jenaro Jiménez Hernández resulta harto complicado. Porque existen dos versiones muy diferentes de una misma persona: una anterior al 13 de abril de 2008, día de su desaparición, y otra a partir de esa fecha. Antes de que Jenaro Jiménez se esfumara, todos sus allegados y conocidos lo definían como un tipo campechano, muy extrovertido, amigo de sus amigos y amante de su familia. Un gaditano muy conocido en toda la ciudad que estudió en el colegio Argantonio y posteriormente en Guadalete, en El Puerto de Santa María, de donde procede su circulo más íntimo de amigos. Tras acabar COU pasó un año en Pamplona, donde cursó 1º de Derecho, aunque posteriormente regresó a Cádiz para realizar la carrera de Graduado Social. Tras diplomarse, comenzó a trabajar en la empresa de su padre, Jenaro Jiménez Maisonnave. Trabajó también como agente de seguros y se embarcó en diversos negocios inmobiliarios, que fueron los que posteriormente le hicieron contraer numerosas deudas.
Casi todos aquellos que le conocen definen a Jenaro Jiménez como una persona afable que sufrió un fuerte revés en el año 99, cuando su hijo de tan sólo dos años se ahogó en una piscina del chalet familiar de Chiclana. Un golpe que le afectó muchísimo, tanto a él como a su mujer. Un año después nacía su hijo Álvaro y hace algo más de un año -apenas un mes después de su desaparición- su hija Anabel, a la que aún no conoce.
Sin embargo, poco después de que su coche apareciera en Tarifa sin que se hallara rastro de él, comenzaron a llegar a la comisaría de Policía numerosas denuncias en su contra, sobre todo de acreedores a los que debía importantes cantidades de dinero. Una cifra que podría alcanzar los 120.000 euros, según los datos que maneja la policía. Esas denuncias desataron una investigación policial y una intensísima rumorología en toda la ciudad, especulaciones que le colocaban en diversas ciudades de Sudamérica e incluso de África. Los halagos que antes le regalaban se tornaron en dudas, en insultos. En numerosos foros de internet se le apaleaba un día sí y otro también, sobre todo por parte de las personas a las que debía dinero. Su familia, lógicamente, lo pasó muy mal. Y lo sigue pasando. En teoría estaba muerto. Y no sólo no le podían enterrar sino que tenían que aguantar el escarnio público. Ahora ha resucitado. Ha vuelto el hijo pródigo. Jenaro Jiménez tendrá que afrontar ahora sus deudas y sus responsabilidades familiares.
Volverán a correr ríos de tinta. O de cibertinta.