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LA TRINCHERA

Ventajas de ser un bulto

DANIEL PÉREZ dperez@lavozdigital.es
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Los que no opinan (porque no saben o porque saben demasiado) se sacuden su conciencia de ciudadanos apáticos disparando al primero que levanta la mano. Cualquiera que se permita el lujo de emitir un juicio (aunque matice hasta hartarse que es subjetivo y prescindible) corre el riesgo de batirse en duelo con todos los cobardes y demagogos que han convertido su silencio en una especie de escudo camaleónico; un arma perfecta para mudar de piel según les convenga, siempre condescendientes con el interlocutor de turno, pero lo suficientemente ambiguos como para que nadie se asuste si mañana juegan en campo contrario.

Entre las múltiples ventajas de ser un bulto con patas (o una calculadora) está la de situar cualquier opinión negativa (que nos afecte) en el ámbito de la intolerancia militante. Es intolerante quien piensa que las canciones de Carlos Baute están escritas como el culo; quien defiende cualquier opción política basada en ideas (y no en coyunturas); quien no se cree la defensa del despido libre por parte de quienes nunca sufrirán en sus carnes las bondades de la medida; quien no está de acuerdo con que el liberalismo voraz sea la alternativa al capitalismo atroz; quien se niega a identificar perdón con olvido...

Menos mal que Cayo Lara, joven promesa de los inconformistas patrios, acertado analista y mejor orador, ha tenido claras las prioridades de una de las facciones intolerantes de la sociedad: «Hay que abrir un debate sobre la legalización de las drogas blandas».

Hay que abrirlo, Cayo, hay que abrirlo. Porque si no es fumado, a ver quién aguanta la pantomima...