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CRÓNICA TAURINA

Brillante espectáculo

BARQUERITO
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P rimero, se rindieron honores a Esplá, que vino a despedirse de rebote. Para Esplá fue la primera sustitución de las que ha dejado abiertas Morante tras la cornada del viernes en El Puerto. Los honores siguieron el modelo de Bilbao: un aurresku y cerco de autoridades en torno a Esplá y sólo Esplá ante el portón de cuadrillas. La situación, que suele incomodar al homenajeado, la resolvió Esplá con tablas de veterano. Era dificilísimo tapar al dantzari y a los demás. Pues sólo se veía la estampa de Esplá. Por megafonía se leyó un texto anónimo de homenaje. Basado en los versos lorquianos de «Alma ausente»: «Tardará mucho en nacer si es que nace...» Canto elegíaco por Sánchez Mejías. Ajeno a lúgubres presagios, Esplá no se dejó impresionar tampoco por ese canto rebotado. Eran no las cinco, sino las seis de la tarde.

Se puso en marcha la corrida. Salió seria y brava, se movió sin apenas descanso. Los dos toros de Esplá fueron los únicos que dieron tregua. El primero, el de menos empuje de los seis, fue el único que se desinfló. El cuarto, siendo bondadoso, no tuvo el picante peleón que sacó el resto de la corrida. Grandullón, estaba en línea distinta. Esplá se dilató con scuela de su padre en Alfaz del Pí. De los dos toros dispuso sin apuros y a los dos los banderilleó con más talento que facultades. Pares de banderillero puro. Sin piruetas. Un galleo por chicuelinas en el primer turno, un quite por navarras, otro por chicuelinas viejas, una revolera cascabelera. Como la memorable faena de Esplá el pasado San Isidro tuvo de contraparte un toro de Victoriano del Río, hubo quien esperó hasta el último momento. Victoriano del Río echó tres toros de muy seria conducta. Uno, del segundo de los hierros del ganadero, Toros de Cortés. Primero de lote de El Juli. Manzanares se llevó los otros dos. El quinto no cuadró con el resto del paisaje. Tal vez acusara un puyazo trasero y, por tanto, lesivo. Pero El Juli le pegó en la suerte contraria una estocada antológica: ataque, embroque, puntería y salida. Y el toro salió casi rodado.

Sólo cosas inteligentes y de torero resuelto le hizo El Juli a ese toro: mecerlo de salida con el capote en lances a pies juntos ceñidos y de mano baja, robarle como al paso media verónica en un breve quite, no perder el tiempo ni merodear, taparlo cuando protestaba, someterlo cuando cabeceaba y engañarlo cuando pretendió puntear la muleta. Lo mejor, antes de cuadrar al toro, fue un kikirikí de rara prestancia. Cuando rodó fulminado el toro, la gente, que había pitado a El Juli por no banderillear, pidió hasta la segunda oreja.

La mereció la primera de las dos faenas, que, a toro claro -remangado de pitones, el rabo al suelo, fino cuajo-, fue, en los medios, trabajo de rica y abundante pureza: el toreo ligado sin perder pasos, rematado por abajo, templado sin temblores. Dos tandas arrancadas con espléndidos cites de largo y embroques firmes en el primer viaje, pases de pecho auténticos; cinco o seis tandas más después, hasta que el toro, reventado, pareció pedir piedad. Un par de trenzas circulares calentaron más que el toreo de verdad caro. Una buena estocada. Se le quedó el dedo en el gatillo al puntillero.