Perera cobra pieza
El torero de la Puebla del Prior bordó dos faenas templadas, valientes, seguras y poderosas con dos toros muy bien manejados; El Juli tuvo detalles y El Cid le puso pundonor
| VITORIA Actualizado: GuardarEn la plaza nueva de Vitoria, todavía les luce a algunos el pelo de la dehesa: a El Juli le reclamaron que pusiera banderillas, y en los dos toros le afearon que no lo hiciera. Seis años lleva ya El Juli sin ponerlas. Parece que fue ayer. El Juli acusó esas reticencias y no terminó de enredarse del todo con un primero de corrida que, brocho, mansurrón, rebrincado y claudicante, entraría en el cupo de toros que por norma atienden a las razones de El Juli. No es que éste no atendiera, pero costó convencerlo y sujetarlo. Adelantaba por las dos manos y perdía las dos con frágil aire. Más que embestir, pegó taponazos. Al fin lo metió El Juli en el canasto. A más una faena que se pasó de metraje y tuvo de remate una graciosa tanda de costadillo y una fea estocada tendida y caída. Con el capote anduvo suave El Juli en el recibo a la verónica. La joya fue una revolera despaciosa. No hubo dos toros ni siquiera parecidos. Ni tres ni cuatro.
Nada. Como los indultos han sido el pan nuestro de Fuente Ymbro, al ganadero le encanta ponderar los parentescos de sus toros. Ninguna duda en este turno: serían de familias muy lejanas, remotas reatas.
Uno aquí, otro allá, éste así, el otro asá. Etcétera.
Un segundo castaño listón, bravucón en varas y escarbador, que metió la cara en viajes largos y humillados por la derecha; un tercero retinto con carita joven, picado al relance y no por derecho, que se pegó una costalada de mal augurio pero sacó en la muleta son y bondad. El Cid se embarcó con el uno en una kilométrica faena que, como casi todas las de su especie, fue perdiendo hilván y gas. Con la mano izquierda no se animó el torero de Salteras. Le dieron tres vueltas al Marcial Lalanda. Muy fuerte. Un desarme, discreta la resolución final, un pinchazo, una estocada ladeada y baja, un descabello. Ceremoniosos saludos. Como de ópera.
La primera de las dos faenas de Miguel Ángel Perera fue de las de nunca acabar, pero hubo más jamón que mortadela. Un alarde habitual en Perera: cite en la distancia para librar en los medios un pase cambiado por la espalda y coserlo a una tanda de alboroto.
Notable compás
El gesto conmovió a una charanga de sol, que se arrancó con el Nerva y le pegó otras tres vueltas también. Mareante. La primera mitad de faena, comedida y exigente, tuvo golpes de notable compás, temple bueno, variaciones sobre las dos manos, ligazón, cites en la distancia y mano baja. Sólo que se pasó varios pueblos Perera y, cuando decidió asustar a los incrédulos con trenza sin perder pasos, el toro, agotado, pidió la cuenta. Un aviso, un pinchazo, una estocada.
Cinco minutos de descanso, rastrillado y reposo. Y salió de nuevo El Juli. Calentito. Un toro jabonero casi albahío, de procedencia Veragua. La piel dorada teñida de sangriento tachón por el hierro de la divisa. Las palas blancas, astifino. Muy bonito el retrato. El Juli toreó despacito al lance, como casi siempre, pero de nueva la joya fue una revolera airosísima. En el quite El Juli toreó por chicuelinas. Distinta la idea de cada una de ellas. Un remate a punta de capote, sujetando sin más al toro, fue obra maestra. El toro avisó con irse de todo ya entonces. Los tendidos de Vitoria son un hormigueo constante de gentes que sube, bajan, van y vienen. Eso hizo más grave el problema del toro: sus distracciones y su voluntad indomeñable de abandonar la pelea. No más de diez muletazos le aguanto a El Juli y eso que El Juli hizo los deberes: tocar para evitar las huidas, tapar la salida. Ni así. Un cite desplantado rodillas en tierra y de frente, entre pitones, pareció convencer al toro. Tampoco. Adiós, Madrid. En la suerte contraria, como era de ley, El Juli agarró la estocada de la tarde.
Con el hondo y bruto quinto, cuello formidable, corretón y escarbador, El Cid abrevió. No le gustó el toro. Ni a él ni nadie.
Un metisaca en los bajos, una estocada caída. El último de la tarde, estrechas las sienes, cornialto y abierto, derribó aparatosamente. No defendió el picador el caballo, el caballo era de desecho y, cuando amenazaba carnicería, apareció el capote de El Juli en un quite en varios tiempos de gran categoría. Ni una palma para el gesto.
Perera estuvo con este sexto todavía mejor que con el tercero.
Porque fue más difícil tirar de las bridas, costó más aguantarse en embroques de riesgo y, en fin, porque después de explayarse en tres o cuatro tandas de supina facilidad, Perera logró encajarse entre pitones, rizar el rizo y dibujar trenzas y ochos sin ceder un paso.
La agónica embestida del toro rendido no ponía apenas. La firmeza superlativa de Perera, sí. Una estocada. El primer triunfo de la feria.