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Con conservantes y colorantes

ARANTZA FURUNDARENA
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T engo cincuenta años, ¿y qué?», proclama Sharon Stone, mientras posa con un desafiante topless en la portada de Paris Match. ¿Y qué?, dan ganas de contestarle... ¡Y qué de retoques, guapa! Porque la estilizadísima, impoluta e incólume imagen de la Stone en esa portada se da de tortas con otras fotos mucho menos favorecedoras de la actriz, publicadas en revistas no tan samaritanas. Lo cual da mucho que pensar...

No. No estoy a favor del periodismo tipo «¡Aaaaarg!», ése que consiste en pillar la pose más antifotogénica, repelente, bochornosa e inconfesable del famoso para desmontarlo como a Harry o deconstruirlo como hizo Adriá con la tortilla de patata. No. Pero entre eso y lo de 'Paris Match' debería existir un término medio. ¿Qué tal si lo llamamos realidad? Quiero decir que me parecería genial si Sharon Stone, que en efecto está estupenda (pero no así de estupenda) aceptara su edad con todas, o al menos casi todas sus consecuencias. En ese casi incluyo la dosis justa de indulgencia, el retoque de maquillaje o photoshop que disimule un defecto o una arruga injustamente magnificada por una luz, un encuadre o una postura poco favorables... Pero caer en la tentación de la metamorfosis total (pechos turgentes como en una jovencita de 18, rostro libre de patas de gallo y de líneas de expresión, piel sin estrías...) no sólo resulta increíble, de puro exagerado, sino que podría llegar a producir el efecto contrario. Porque lo difícil aquí no es creer que Sharon Stone esté así a los cincuenta, sino que haya alguien que esté así incluso a los veinte; siendo una mujer de carne y hueso y no una replicante de Blade Runner, claro.

Concluyendo: que esa pregunta desnuda (nunca mejor dicho) que formula con tanto descaro la Stone, está claramente incompleta y carece de veracidad. Porque si ese «¿Y qué?» significa que asume la cincuentena, el fotomontaje que se ha visto obligada a organizar lo desmiente. Así que el enunciado correcto debería ser: «Tengo cincuenta operados, recauchutados y retocadísimos años... ¿Y qué? De lo mío gasto». Y, muy bien, el que quiera que la aplauda. Pero aquí la única que de verdad puede plantarse en una portada diciendo sencillamente «Tengo cincuenta años... ¿Y qué?» es Ángela Molina, el único ejemplo de famosa de cincuenta y tres años reales (sin conservantes, ni colorantes) que conocemos.

Lo cual me lleva a otra espléndida cincuentona, que por cierto acaba de cumplir otros 53, Isabel Pantoja. La noticia no es que la Panto esté en topless (ni está ni se la espera, pues me consta que hasta sus fans más acérrimos la prefieren vestida), sino que tiene nuevo acompañante. Se llama Juan Antonio, y si la vista no me falla, sobre el escenario mueve la bata de cola (en sentido figurado) mejor que ella, lo cual invita a dudar de sus posibilidades como novio... A Isabel le quedaba el recurso de volver a los brazos de Julián Muñoz. Pero ya no. Él se ha cansado de esperar. Dos meses después de confesar que seguía enamorado de su gitana, porque su gitana olía, según él, a «misterio indescriptible» (algo que fue interpretado como indiscreción sobre la higiene personal de su novia), Muñoz ha perdido la afición por el esoterismo. ¡Hombres!