Libertad segura
Actualizado:E n lo que va de año, 33 mujeres han sido asesinadas por sus maridos, novios o ex compañeros. La última víctima hasta hoy, Encarnación Elena Vera, murió de un navajazo en la localidad malagueña de Tolox, donde al parecer los vecinos tenían constancia de los malos tratos aunque nunca se presentó denuncia alguna contra el agresor, que se quitó la vida tras acabar con la de su esposa. La convivencia con las vejaciones que no llegan a ser conocidas por la Policía o los jueces hasta que se produce un desenlace fatal sigue constituyendo uno de los principales lastres en el combate institucional y social contra la violencia machista. De hecho, y según el último balance del Gobierno, sólo un tercio de las asesinadas en 2009 alertó de la situación que padecía antes de que ésta se volviera irreversible y un 11% de ellas renunció a las medidas de protección. Que el miedo, el amor o ambos acaben prevaleciendo sobre la percepción de la amenaza constituye un viejo obstáculo que parece estar transformándose por efecto, paradójicamente, del mayor amparo con que cuentan las víctimas. Si se comprobara, como ayer apuntó el delegado del Gobierno para la Violencia de Género, Miguel Lorente, que se está produciendo una cierta relajación por un exceso de «confianza en el sistema», los poderes públicos y los allegados de las mujeres agredidas deberán extremar sus mecanismos de control, institucionales o domésticos, para contrarrestar esa supuesta relativización del peligro. Ello exige que se acorte la preocupante distancia existente entre el reconfortante rechazo que los malos tratos suscitan en la inmensa mayoría de la sociedad -aunque un 4% de las propias mujeres los justifiquen si media abandono del marido o novio- y el hecho de que el 36% de los encuestados responsabilice a las víctimas de su drama bien porque no denuncian, bien porque se retractan. La transferencia de culpa a quien es agredida matiza peligrosamente la culpa del agresor y rebaja el efecto de la contestación social. Pero en un país que están dando tantos pasos para tratar de erradicar esta brutal forma de violencia, es preciso superar la concepción de la seguridad como una herramienta meramente defensiva y convertirla en el instrumento fundamental para terminar de concienciar a las víctimas del valor de su libertad y alejarlas de sus atacantes.