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El ayatolá marca distancias negándole un beso al presidente

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Mientras la prensa internacional se hacía eco del enésimo informe de los servicios de inteligencia que alertaba sobre lo cerca que está Irán de obtener la bomba atómica -esta vez en las páginas de The Times-, la auténtica bomba política la tenía el Líder Supremo ante sus ojos. Después de un breve discurso, llegó el momento de entregar el documento oficial de aprobación a un Ahmadineyad que quiso responder como hace cuatro años, besando la mano del ayatolá, que, sorprendentemente, dio un paso atrás y le ofreció su toga a la altura del hombro.

En un país donde impera la cultura de los gestos y los símbolos, nadie pasó por alto este movimiento, interpretado como «una forma de marcar distancias» por algunos analistas, pero que la agencia oficial IRNA explicó argumentando que Ahmadineyad tenía un catarro y por eso sólo besó la túnica.

Pese al respaldo oficial y público de Jamenéi al presidente, en las últimas semanas no cesan los rumores sobre el distanciamiento entre ambos, especialmente tras la disputa sobre el nombramiento del consuegro de Ahmadineyad, Esfandiar Mashai, como vicepresidente del país. El líder espiritual de la revolución ordenó que la designación fuera anulada, pero el dirigente ultraconservador necesitó siete días para rectificar. Una semana en la que dividió a sus propios seguidores y que costó el puesto a otros cuatro ministros de su Gabinete, que se alinearon junto a Jamenéi.

Los medios reformistas hablan abiertamente de que Irán ha sufrido «un golpe de estado» por parte de la Guardia Revolucionaria, que, fiel a Ahmadineyad, tras acabar con los reformistas, estaría ahora purgando a los clérigos de los puestos oficiales. El pasado 12 de junio cambió la historia de la república islámica y abrió las puertas a teorías conspirativas de todo tipo en el país persa tras treinta años de hermetismo y pensamiento oficial único.