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Andrades ante su Señor de la Vía-Crucis. / ESTEBAN
Jerez

«No dejo de pensar que a mí por qué, no hago nada especial»

GABRIEL ÁLVAREZ
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A caba de prejubilarse y, a los 64 años, es el hombre más feliz del mundo atendiendo a diario, en San Francisco, a los numerosos visitantes del Señor de la Vía-Crucis y la Virgen de la Esperanza. Pero pasa desapercibido, por su carácter, en medio de tantas personas que llevan sus oraciones y súplicas. Ello, sin embargo, no le impide implicarse, acercarse a ellas.

-Años trabajando en las hermandades para que, ahora, haya quien pregunte quién es ese José Andrades al que le entregan este reconocimiento. ¿Le sorprende?

-Sí, mucho. Cómo iba yo a pensar que estos señores de la Viga se iban a acordar de mí.

-No me refería tanto a eso, realmente, casi me refería a lo contrario. A que, en el fondo, alguien merecedor de un galardón tan importante apenas sea conocido por ese afán de discreción.

-Yo no quiero hacerme notar. Verás, si hay que ir a algún sitio pues se va, pero no es mi intención ponerme el primero.

-Ya. Imagino que es lo que ha buscado siempre: ser discreto.

-Sinceramente, sí.

-¿Le ha costado, entonces, aceptar este reconocimiento?

-Pues claro, porque no dejo de pensar que a mí por qué. Si yo no hago nada especial, sólo lo habitual en mí. Y ya está. Sin más problemas. Aunque yo se lo agradezco profundamente a estos señores en lo que vale.

-Habrá que comenzar entonces, explicándole a toda esa gente que no sabía de José Andrades quién es este cofrade de las Cinco Llagas del que se acuerda este año la Hermandad del Cristo de la Viga.

-Llegué a la Hermandad en el 78 y estuve veinte años cargando con el Señor de la Vía-Crucis, ininterrumpidamente. Aunque no es que sea eso tampoco nada del otro mundo. Y, mientras, he ido teniendo cargos en la junta de gobierno desde que llevaba dos años en la Hermandad. Se presentó un año a hermano mayor el difunto José Pérez Raposo y me pidió que lo acompañara. Luego me pidieron que vistiera al Señor sin cargo en la junta. He sido mayordomo. Y ahora soy capiller, miembro de la junta de Paco Barra, que me lo pidió.

-¿Y qué cree que dirá el sábado de usted el hermano mayor, Francisco Barra, que es quien tiene a su cargo presentarle en un momento tan especial como ése?

-Él sabrá lo que va a decir. A mí eso me apura mucho. Será mi forma de ser. Me adapto a lo que haya sin más. Yo siempre estoy disponible para lo que la Hermandad necesita de mí. Y no para que me lo reconozcan.

-Creo que viene usted todas las mañanas a San Francisco a echar un ratito, en la Capilla del Voto, con el Señor de la Vía-Crucis y la Virgen de la Esperanza. ¿Podría describirme cómo es una de esas mañanas de visitas a sus titulares?

-Hay de todo. Gente que viene a dar gracias por favores recibidos, gente que se pone a llorar ante las imágenes... Les preguntas, a veces lo hago, y me cuentan sus penas. Algunas agradecen el interés y lo cuentan todo. Y vienen los pescaderos de la plaza y... Qué sé yo. Por aquí pasa todo el mundo. El sitio es clave. Cuando tuvimos que ir a San Miguel porque se cerró San Francisco la gente iba menos. El sitio también es importante.

-¿Qué es lo más curioso que ha visto usted aquí, en el contexto de esas visitas cotidianas?

-Gente que entra de rodillas desde la puerta de la calle y se lleva un rato con el Señor, gente que se ha casado aquí y le trae a los niños y les ofrecemos pasarlos por el manto de la Virgen.

-¿Cree usted que estamos en unos momentos en los que están faltando cofrades ejemplares, de ésos que con su testimonio acercan a las personas a las cofradías?

-Yo no lo sé. Los tendremos pero quizá no sepamos donde están. Lo que está faltando es religión. En las hermandades hay gente pero falta conciencia religiosa. Ésta de las Llagas es una hermandad muy extraña, diferente. Aquí llega gente en Cuaresma queriendo salir y que no entiende que le digamos que tiene que estar antes un año.

-¿Sabes que esa exigencia se está relajando mucho en algunas cofradias?

-Yo a las demás no las conozco. Conozco la mía y si eso se relaja se pierde la seña de identidad.

-Aunque los cortejos disminuyan, ¿verdad?

-A mi entender lo importante es que si somos veinte que sean buenos. Somos los que somos y no hay más. Crecer perdiendo el sentido de lo que somos no tiene sentido. Aquí se sabe a qué se viene.

-¿Tienen solución las cofradías?

-Sí, hombre. Esto son rachas. Como la cuestión de las vocaciones. Son épocas que tiene la Iglesia. Pero tengo esperanza.

-Sí. La tienes ahí, en el altar junto al Señor de la Vía-Crucis.

-Sí. La Virgen me gusta muchísimo también. Me encanta en su paso de palio y la veo en los cambios de ropa, estuve en la comisión cuando se restauró...

-Dígame algo de Manolo Guerrero, otro hermano de las Llagas y éste ya nos falta, que recibió en su día este galardón.

-Él me enseñó a querer al Señor de la Vía-Crucis y a cambiarlo. Él quería que yo fuera quien lo vistiera cuando él muriera. Llegó a decírmelo unos días antes de fallecer. Yo siempre le ayudaba. Fue una bellísima persona a la que había que querer a la fuerza. Yo no le llego ni a la suela de los zapatos.

-¿Y a quién, que aún no lo haya recibido, recomendaría a la Viga para que lo recibiese algún día?

-No lo sé. En todas las cofradías hay, al menos, un par de personas que lo merecen.

-¿Dedicará a alguien, el próximo sábado cuando lo reciba, esta Potencia para un Cofrade Ejemplar?

-De la primera persona de la que me acordaré será de mi mujer que, en el cielo, estará complacida. Y los hermanos que me precedieron, como el propio Manolito Guerrero o Manuel Martínez Arce, del que recibí lecciones magistrales sobre la Semana Santa y las Cinco Llagas, o de Pepe Pérez Raposo, que fue quien me introdujo en la Hermandad.