NADANDO CON CHOCOS

Una sola palabra

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Un ingenio mayor que el que firma este Nadando con chocos hubiera encontrado una decena de buenas historias. El debate sobre si la libertad de Rafael Ricardi es final o principio de una vida, la pelea entre pistoleros en un túnel bajo el segundo puente sobre el río Cai, el futuro de los Georgie Dan en un mundo sin chiringuitos...

Alguien más melancólico que el que escribe podría divagar sobre el fuego de los atardeceres inmensos sobre la reserva de Grumeti, de las leyendas antiguas de los Masai, del gran cazador blanco y los exploradores de un mundo en el que no queda nada por explorar. O bien desesperarse en la miserable sensación de que ya está todo visto, dicho, inventado y conquistado, y recuperarse en la media docena de cosas que quedan por sentir.

Alguien más ingenuo podría llenar este espacio con el principio del fin de la crisis pregonado desde el altísimo estrado de Barack Obama y la recuperación de un sistema desahuciado. El clásico, con la necesidad de cuidar de la Madre Tierra, el principio o del final de las vacaciones.

El optimista hubiera retratado la fragilidad y la fuerza del nacimiento de Sofía, a punto de despertar a la vida en San Sebastián como una revolera de cigüeñas y retamas, la manera en que todo lo arregla la suave voz que acaricia el aire cuando cantas bajito, el hecho de que ya falte menos para San Fermín.

El que firma ha estudiado todas esas opciones antes de llegar a su terrible conclusión. Esta tarde un mazazo desesperado de frentes sobre un teclado acierta sólo a juntar como un retorno obsesivo, las mismas siete letras de rabia. Asesinos. Asesinos. Asesinos...