Cartas

El bien y el mal

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El artículo de José Antonio Hernández Guerrero, Aquellos progres de los setenta, donde hace referencia a las violaciones cometidas por un grupo de

menores, y recoge distintos comentarios de personajes de la política, ha arrojado una visión clara y crítica sobre un problema que nos afecta a todos. No pertenezco a la generación a la que hace referencia Hernández Guerrero, ni pertenezco a ninguna congregación religiosa, ni nada parecido. Sólo soy una madre treintañera preocupada y tengo que decir que estoy de acuerdo en que todos nos sentimos avergonzados cuando sucede un acto de tal brutalidad, por que todos somos en parte responsables.

Efectivamente la educación no debe basarse sólo en las matemáticas o lengua, sino que debe ser compartido por profesores y padres. Creo firmemente que la educación moral y ética debe comenzar en casa y debe seguir en los colegios. La actual fórmula educacional no funciona y debemos reflexionar sobre el motivo. Hemos banalizado la violencia y se la entregamos envuelta en papel de regalo a nuestros hijos en Navidad, se las servimos en la cena, en el almuerzo y la dejamos en sus manos tras hacer los deberes cual recompensa.

Hemos borrado la línea entre el Bien y el Mal y obviado las consecuencias de nuestros actos creando así adolescentes que creen que el suicidio es romántico, que el que un chico sea posesivo no es signo de enfermedad moral sino de amor exaltado y está de moda la incultura y la ignorancia. Hemos hecho del sexo un juego de poder, y nuestros hijos son ahí jugadores. Le hemos quitado la individualidad que los define como personas, convirtiéndoles armas de bandas callejeras, que llevados por la exaltación cometen actos aberrantes, como pequeños Señores de las Moscas. Queremos culpar y castigar a niños. Culpar y castigar como si fuesen adultos a aquellos que están formados a imagen y semejanza de la sociedad en que vivimos.

Y todos somos culpables.