Una corta segunda vida
Diego, uno de los agentes, acababa de salir de un coma tras un accidente. Su compañero estaba recién llegado de Burgos
Actualizado: GuardarAcababa de empezar una nueva vida. La segunda. Hacía unos meses que el joven Diego Salva Lezaun había quemado su primer cartucho en una carretera de Mallorca, donde fijó definitivamente su residencia a principios de año. Un gravísimo accidente de moto le dejó en coma varias semanas y le obligó a hacer un largo paréntesis en su nueva profesión. A sus 27 años, este pamplonés aficionado al fútbol y a la Fórmula 1 se convirtió el pasado 31 de enero en un alumno en prácticas de la Guardia Civil. Era lo que él quería.
El lunes por fin se pudo reincorporar a su destino: el cuartel de Palmanova, en el término municipal de Calviá. Le quedaba cerca de su familia, así que sus amigos le veían «muy contento». Hasta que ETA le mató ayer con una bomba lapa junto a otro bisoño compañero -Carlos Enrique Sáenz de Tejada, de 28 años y recién llegado de Burgos- nada más entrar a un coche patrulla. Su segunda oportunidad sólo había durado tres días. Un suspiro.
«Era una persona muy sociable, que hablaba con todo el mundo y siempre ayudaba a quien podía», le describía horas después un compañero de profesión aún con las lágrimas en los ojos. Quizás el hecho de haberse criado en el seno de una familia numerosa -tenía ocho hermanos- le diera un don para relacionarse con la gente. También le pudo ayudar que su padre fuera un médico mallorquín muy conocido en la isla, ya que cuenta con dos concurridas consultas de oftalmología en Palma y Manacor.
Soltero y sin hijos, su madre era originaria de Navarra. Por eso nació en Pamplona. De ahí se trasladó junto a su familia a Mallorca, donde tenía su círculo de amigos. Aficionado a navegar por internet, mantenía en contacto con muchos de ellos a través de redes sociales como Facebook, medio por el cual decenas de conocidos quisieron homenejarle ayer poniendo un lazo de negro en el apartado reservado para las fotos de perfil.
Unidos
Uno de sus nuevos compañeros de profesión era Carlos Enrique Sáenz de Tejada García, que también acababa de llegar a Palmanova. El trabajo le había unido a Diego lejos de la península. Bien podía haber estado el día antes en Burgos, su ciudad natal y donde ETA buscó una masacre al hacer explotar una furgoneta cargada con 200 kilos de explosivo frente a la casa cuartel de la Guardia Civil. Escapó a tiempo, como un primo que vive cerca de allí. «Menos mal que estaba de vacaciones... La habitación de la niña está destrozada», suspiraba con la mirada perdida ante las cámaras de televisión instantes después del atentado.
La banda terrorista se volvió a cruzar en el camino de la familia sólo un día después. Y, esta vez, el salvaje atentado segó la vida de Carlos. Según relataron sus familiares, el joven se trasladó a la isla «desde hace un año», si bien hacía tres días que le habían dado la confirmación oficial de su destino. Se acababa de convertir en miembro pleno de derecho del cuerpo, después de completar el correspondiente periodo de prácticas. Al chaval le costó superar las pruebas para entrar en la Guardia Civil porque tenía problemas con la natación.
A Carlos le gustaba vestir de uniforme. Con poco más de 20 años ingresó en el Ejército. Prestó servicio en la Unidad de Transmisiones I, con sede en la base burgalesa Cid Campeador de Castrillo del Valy y «se encontraba bien con ese trabajo», pero no podía permanecer más tiempo por las limitaciones legales. Fue entonces cuando comenzó a prepararse para ingresar en el instituto armado. Y lo logró.
Hasta ingresar en el cuerpo, vivía con sus padres en la capital burgalesa. Allí dejó a sus dos hermanas, ambas mayores que él, que estaba soltero. Desde que terminó la Enseñanza Secundaria Obligatoria (ESO) quería formar parte del Cuerpo Nacional de Policía y lo intentó sin exito en varias ocasiones.