«¿Los milagros no existen?»
Los vecinos de la calle Jerez se sorprenden de que la bomba que arrasó la casa cuartel solamente dejara heridos leves
| COLPISA. BURGOS Actualizado: GuardarLa visión es desoladora. El enorme edificio de ladrillo amarillo que es la casa cuartel de la Guardia Civil en Burgos está herido, uno diría que de muerte. La explosión de la furgoneta bomba colocada por los terroristas a escasos metros de donde dormía medio centenar de familias, unas 117 personas, se llevó por delante paredes enteras, ventanas, persianas, muebles... La onda expansiva atravesó el inmenso bloque de viviendas de lado a lado. Y todavía -se consuelan los vecinos- hay que dar gracias. «¿Dicen que los milagros no existen? Que me expliquen si no cómo han salido de ahí todos vivos», resume el dueño de uno de los hogares próximos que también han resultado afectados.
En la calle Jerez, donde aún se puede ver un tremendo cráter, y en la calle Juan de la Encina, una manzana más allá, se paladeaba ayer un sabor agridulce. «Aquí seguimos todos y eso ya es mucho». No se lo pueden creer porque el estallido que los despertó a las cuatro de la madrugada fue tan brutal que muchos creyeron que la casa se les venía abajo. Dos calles más atrás del epicentro de la barbarie aún se ven trozos de coche calcinados. Restos de vehículos que salieron disparados por los aires, saltaron por encima de más de un edificio y cayeron en mitad del asfalto. Estruendo sobre estruendo.
Apenas hay un ventanal que haya resistido en cien metros a la redonda e incluso 200 y 300 metros más allá se encuentran persianas reventadas. A Pedro Palacios la suya le cayó encima cuando se encontraba en la cama. «Duermo con la ventana abierta», acierta a explicar todavía con el nervio en el cuerpo. Es afortunado. Otros no escaparon a la metralla de vidrio y metal que hizo de la noche una ruleta rusa. Un juego macabro en el que, afortunadamente, perdieron los malos. 64 heridos, sí, y dos niños de 12 y 14 años, pero todos han sido ya dados de alta.
Quizá eso, y el hecho de que ETA se ha convertido ya en una amenaza permanente que a nadie coge de nuevas, explique la serenidad y entereza de los vecinos. Hubo, claro está, momentos de rabia, gritos de impotencia y llantos infantiles en mitad de la noche. La calle se llenó de gente nada más sonar el primer bombazo. El primero pero no el único porque, según aseguran, hubo más: los de los coches adyacentes que al arder acabaron también explotando. «Fue como un sonido en cascada que subió por la calle como un cañón», relata un afectado. Unos, vestidos y otros, aún en pijama, fueron abandonando sus casas. Muchos, poco acostumbrados a andar descalzos y todavía aturdidos por el brusco despertar, sufrieron cortes en los pies al saltar de la cama. Pero, dentro de todo, es una suerte que no hubiera grandes daños personales y que muchos de los inquilinos se encontraran de vacaciones.
Solidaridad
Ahora, con la fachada arrancada, pueden verse camas al borde del abismo y habitaciones enteras al socaire. De noche, en cambio, no se veía nada. Humo, cuentan quienes lo vivieron en persona, cosas cayendo y fogonazos. «De milagro, ninguno se bajó de la cama por el lugar equivocado porque muchos dormían pegados a la pared que se desmoronó», se sorprende el alcalde, Juan Carlos Aparicio.
Algunos de los guardias civiles que residían en la casa cuartel aún tuvieron fuerzas para, después de ayudar a los vecinos, pasar toda la mañana trabajando y recogiendo pruebas que puedan servir para la investigación; para detener a quienes han destrozado sus hogares. El alcalde se confiesa impresionado porque, al llegar al lugar de los hechos, le conmovió la entereza de un agente herido que ayudaba a sus compañeros. «No se preocupe -le comentó-, es el segundo atentado que sufro».
Hacia las cuatro de la tarde, los habitantes del número 85, pegado al cuartel, volvían a sus casas para recoger algunos enseres después de que Bomberos y Policía hubieran comprobado que no había daños estructurales en sus viviendas. Llevaban horas esperando.
En la calle y en los bares de alrededor donde a medio día no quedaba ya ni media migaja para hacer bocadillos. «Lo que me reconforta a mí de todo esto -dice la panadera del barrio- es que todos estamos muy unidos, que ves que la gente es solidaria». Con el paso de las horas, sin embargo, hubo también indignación. «Esto es una negligencia -clamaba uno de los vecinos-; hace años que tendrían que haber prohibido que se aparque ahí, tan cerca del cuartel».
Lo cierto, según aseguraba Merche, es que los coches se revisan siempre, se comprueba que son de la casa y se cuida que no lleven bombas lapa adosadas en los bajos. «Dicen -susurra- que han copiado la matrícula de un vecino».