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MUNDO

Un máximo de individuo

JOSÉ LUIS PEÑALVA
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T ambién yo quería ser islandés. El mejor país para vivir en el mundo. Islandia era un modelo en educación, en sanidad, en expectativa de vida. Se decía que los islandeses eran la gente más feliz del planeta. La riqueza familiar había subido un 45% en los últimos cinco años: compraban más libros que ningún otro país, tenían más móviles por habitante, la más alta proporción de mujeres trabajadoras. Un representante de Mercedes-Benz afirmó que se vendieron en el centro de Reikiavik más coches de lujo que en toda Suecia. Sus jóvenes estudiaban fuera y pugnaban por cambiar la imagen de un país parroquial, de agricultores y pescadores (The Telegraph). Pero el viento helado de la crisis barrió el sueño islandés y el banco estadounidense Bear Stearns asegura que invertir allí es tan seguro como hacerlo en Kazajistán.

Se atribuye a Kipling aquella bellísima cita que dice: «Si no me hubieran dicho que era el amor, yo hubiera creído que era una espada desnuda». No están los Veintisiete para hacer locuras. No quieren sucumbir al efecto de la sandía que, se dice, regada con vino se hincha en el estómago y produce graves desórdenes. El lenguaje diplomático, siempre tan críptico, no habla ciertamente de portazo, sino de parón en la cola. Como si la taquillera hubiese salido un momento, de dos años, al servicio.

Islandia formaba parte de nuestro mundo de lujo y mercaderes, pero ya nada es igual y su abundancia y la felicidad de sus ciudadanos se ha esfumado con la catástrofe de sus bancos, la ruina de sus negocios y el paro. Tras la crisis, se trata ahora de administrar miseria y no tanto de contribuir a refinanciar otra bancarrota. De modo que la reunión de la UE tiene que ver con el individuo que atraviesa a nado el Atlántico y al que en mitad de una tormenta se le grita: «¡Ánimo, que ya queda poco!». Los ministros pedirán a la Comisión que informe sobre el país y si está preparado para iniciar las negociaciones de adhesión. Y ya se anuncia que no está claro cuándo podría pronunciarse el Ejecutivo europeo, pero estiman un período no inferior a dos años. Las necesidades biológicas de la taquillera.

Así que, mucho me temo, los islandeses deberán comerse los mocos y los Mercedes. Se respira a pleno pulmón ese fondo de solidaridad política que anima a la UE y lleva a que últimamente me defina como Borges, un inofensivo anarquista que busca un mínimo de gobierno y un máximo de individuo.