Sociedad

«La fotografía me ha hecho mejor persona»

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Pequeña, escurridiza y muy discreta. Casi invisible. Gran virtud cuando se trata de captar la espontaneidad, el instante mágico «o la vida que pasaba por ahí». Son palabras de la fotógrafa Cristina García Rodero, una mujer que a punto de cumplir 60 años se ha propuesto seguir en la brecha «hasta que aguanten las rodillas». No renuncia al negativo ni al revelado con sales de plata, pero también exprime las posibilidades de la fotografía digital. Dice que es «una todoterreno» que va por libre.

Su reciente ingreso en la mítica agencia Magnum -única presencia española, y cuarta mujer- no hará que se duerma en los laureles. Desde que empezó en 1973 a disparar con la cámara, ha ido quemando etapas, adentrándose en lo desconocido y aguantando el tipo «porque a nosotras siempre se nos mira en menos».

-Así que le ha tocado lidiar con el machismo.

-Qué remedio. Es algo que debes sufrir en este gremio. No se te valora objetivamente, les haces gracia y ya está. Pero, bueno, por fortuna esto se da cada vez menos. En cambio, mire, le voy a decir una cosa: la gente corriente siempre me ha abierto más puertas por ser mujer.

-¿Usted cree?

-Que sí, que sí. Mi experiencia me dice que, en general, se confía menos en los hombres.

-Por cierto, estará contenta. Es la cuarta mujer que entra en la prestigiosa agencia Magnum. Y no hay ningún otro español, sólo usted.

-Sobre todo, lo que siento es tranquilidad. Me han aceptado; y eso que ni soy joven ni voy a las guerras. Puuuf, la selección es muy dura. Se divide en tres etapas y -lo más difícil- tienes que sintetizar treinta y tantos años de carrera en unas 70 fotos. ¡Y es tan complicado seleccionar lo mejor!

-¿Cuál es su favorita?

-Ay, no, qué difícil.

-Pues dígame dos.

-(Risas) Le tengo mucho cariño a la foto de una niña saltando a la comba, en un pueblo de Galicia. La pequeña estaba entre la iglesia y el cementerio. Qué típico de nuestros pueblos, ¿verdad? Era chiquitita, preciosa, femenina, vestida de rosa y tenía las manitas abiertas, extendidas, con los dedos juntos... ¡Un canto a la alegría!

-¿Y la otra?

-El entierro de un bebé de 18 meses en Georgia. Me lo encontré casi de camino. Justo en el momento de despedirse, la madre oyó el click y miró hacia arriba. Nunca olvidaré el dolor de aquella mirada. Terrible. Lacerante.

-Las dos son en blanco y negro.

-Sí, claro. La primera es de 1980 y la segunda, de 1995; pero también hago en color, que conste. Todo depende del grado de intimismo que esté buscando.

-¿Alguna vez se ha arrepentido de haber hecho ciertas fotos?

-¿Arrepentirme?

-Sí, desear no haber estado allí.

-Desconozco ese sentimiento.

-¿Seguro?

-He sufrido mucho al verme rodeada del dolor de la gente, me he sentido paralizada muchas veces, pero jamás he querido estar en otro sitio. Ni siquiera cuando vi a ese niño de trece años en la India, que había robado algo y estaba rodeado de una turbamulta; si no llega a ser por un policía, no sé que hubiera pasado... Yo corrí, corrí para hacerme un sitio y verlo todo.

-¿Y todo aquello por un simple robo?

-Para ellos, es un delito grave. Suficiente para desatar una violencia desproporcionada. Es algo muy difícil de comprender pero forma parte de la vida, de nuestro mundo. Por eso hay que reflejarlo. La fotografía debe ser fiel a la realidad.

-¿No ha llegado nunca a entrometerse demasiado en la intimidad ajena?

-(Pausa) Respeto infinitamente a la gente. Soy muy cuidadosa. Busco mi tiempo, mi espacio...; no me ata la actualidad. Mi trabajo es a largo plazo. Lo que yo quiero es armar el puzzle, zambullirme en otros mundos, tratar con las personas, contagiarme de sus alegrías y de sus penas.

-Siempre le ha gustado ir por libre.

-Pues sí, durante mucho tiempo fui una reportera dominguera. Daba clases de Fotografía en la Complutense de Madrid, así que

aprovechaba los fines de semana y las vacaciones para irme con la cámara por ahí, en autobús, tren o coche. Muchas veces dormía en el asiento de atrás.

-Su pasión era la España profunda.

-No soporto esa expresión.

-Vaya.

-De verdad, no la aguanto. La oí por primera vez en Francia y nunca me he sentido identificada con ella. Yo sólo quería fotografiar las fiestas allí donde estuviesen. Si había algo interesante, ¡allí que me iba! Ya fueran capitales, aldeas o pueblos. Quería mostrar el tesoro extraordinario que teníamos. Así empecé en los años 70. No buscaba nada oscuro ni retrasado. Aquello formaba parte de nuestra cultura. Era algo valioso, muy valioso.

-Le costaría obtener la información sin Internet.

-No sabe usted bien. Pero, bueno, ahí me echaban un cable las telefonistas. ¡Qué maravillosas fuentes de información! Qué de recuerdos... Te decían cosas como 'espérese, usted, que le pongo al tamborilero', 'ahora mismo le habla el párroco', 'mi tío va al santuario, ya le digo que la lleve...'. Se desvivían por ayudar. Yo trataba con esa España, esa España tan generosa y humana.

-¿La echa de menos?

-Mmmm, no soy nostálgica. Hay que mirar hacia adelante.

-Ya. Pero si usted quisiera hacer de nuevo un trabajo como La España oculta, le saldría algo distinto, ¿no?

-No lo niego. Se ha perdido autenticidad. Hay menos fiestas y demasiada gente. Todo se ha vuelto tan masivo... Sí, las cosas han cambiado. Pero no echo la vista atrás. No puedes hacerlo. No debes.

-Sacrificó su vida personal por el trabajo. Ahora, con 60 años y soltera, ¿no echa nada en falta?

-Soy consciente de lo que no tengo; he vivido entregada a mi vocación.

-Vocación. Qué palabra tan manida. ¿Qué es realmente?

-No sabría explicarlo. ¿Por qué respiro? Ni me lo planteo. Es una necesidad. Tan natural como vivir. Seguiré haciendo fotos hasta que las rodillas aguanten. Sólo me preocupa saber que me falta tiempo, me falta vida para terminar todos mis proyectos. Debo centrarme.

Próximos proyectos

-¿Qué tiene entre manos ahora?

-Muchos frentes abiertos: Cuba, Georgia, América, India... Además de los temas que me persiguen desde mis inicios, ya sea el agua, el fuego, los rituales...

-También son muy conocidas sus fotos de festivales eróticos.

-Sí, sí, es otro de mis intereses. Me apasiona todo lo que tenga que ver con el cuerpo. Tanto su belleza como los castigos corporales que se impone la gente por placer o, incluso, por razones religiosas.

-Puf.

-Ya, ya, a mí también me cuesta mucho entender esos castigos. Es que, hombre, estamos en el siglo XXI... Ahora, también le confieso que por eso los fotografío.

-¿La cámara le ayuda a entender el mundo?

-Ojalá, ojalá. Lo único que tengo claro es que me ha hecho mejor persona. Me ha limpiado la mirada de prejuicios. Los fotógrafos debemos empaparnos y enamorarnos de lo que vemos. No puedes trabajar con ideas preconcebidas.

-Es decir, que cuando se fue a Haití, no buscaba zombis.

-(Risas) Nooo. Haití es infinitamente más rico que todo eso. Lo que encontré fue muchísimo sufrimiento y unas condiciones de vida terribles. Injusticias que claman al cielo. Todo eso te lleva a no mirarte el ombligo, a ver más allá de tu casita, tu familia y tu ciudad. Te hace mejor y, al mismo tiempo, te hace daño. El sentimiento de impotencia es insoportable. En este mundo hay mucho, muchísimo horror.

-Las famosas foto-denuncias...

-¿Qué pasa con ellas?

-¿Siguen haciendo mella? ¿No cree que se ha perdido sensibilidad?

-El bombardeo de imágenes es continuo y la mirada virgen ya no existe. Eso es cierto. ¡La gente está saturada! Pero otra cosa le digo: la persona sensible y sensata nunca dejará de reaccionar con dolor ante el sufrimiento. Una fotografía te apela directamente al corazón, a las emociones... No te puedes blindar si tienes algo de sensibilidad. Imposible.

-Pese a todo, reconocerá que ahora es más difícil dedicarse a la fotografía.

-Tengo una sobrina que quiere hacerlo.

-¿Y?

-Ay, me tiemblan las carnes.

-Qué ánimos, ¿no?

-Sé lo que me digo. Le costará mucho encontrar trabajo; ser original también resultará cada vez más complicado. ¡Por no hablar de las agresividad contra las cámaras! La gente ya no es tan abierta como antes; cuesta trabajar en los espacios abiertos. Eso irá a más. Y todo, por culpa de fotógrafos sin escrúpulos... ¡Cuánto daño nos han hecho!

-En definitiva, ¿qué le dice a su sobrina?

-Que adelante. Que uno debe pelear por sus ilusiones. Si eso me lo digo a mí misma, ¿cómo no voy a hacerlo con los demás? En mi caso, si hubiera sabido lo mucho que iba a sufrir..., me lo habría pensado mejor. El trabajo de reportero es durísimo, física y mentalmente. Pero, ya le digo, ¿cómo dejar de respirar? Es algo que sale de ti. Algo que da sentido a tu vida. No tienes alternativa.