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Chacón torea en redondo al segundo. /V. LÓPEZ
Sociedad

La emoción del toro

Una variada y encastada corrida de Cebada Gago propicia un gran espectáculo en el que Barrera obtiene una oreja

PEPE REYES
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Los aficinados que acudieron ayer a la plaza portuense pudieron disfrutar de algo muy difícil de encontrar por desgracia en estas calendas: una interesante y entretenida corrida de toros. Dos horas y media de espectáculo que transcurrieron raudas porque sobre el ruedo apareció el toro, en toda su integridad y plenitud, con pitones, con casta y con movilidad. Bajo estas premisas comunes, el comportamiento de los ejemplares embarcados en «La Zorrera» resultó pleno de matices y condiciones. Noble y suave el primero, con casta pero rajado el segundo, bravo y boyante el tercero, peligroso el cuarto, de encendida bravura el quinto y manso y bronco el que cerraba plaza.

Con estos mimbres, Antonio Barrera dibujó un trasteo de bello corte al bonito cárdeno que abría el festejo. Basado en el toreo en redondo, sus muletazos se sucedían con trazo largo y exquisito hasta configurar algunas series macizas y ligadas. Aprovechó la extrema bondad del animal hasta apurar sus últimas acometidas con un encimismo postrero, a base de circulares y circulares invertidos. Tras pinchazo y estocada pasearía la única oreja del festejo. No pudo repetir el éxito con el cuarto de la suelta, ejemplar de corta pero vibrante embestida, que aportó emoción e interés a la esforzada labor del espada. No le dudó un momento el torero, que siempre le dejó la muleta en la cara y derrochó arrojo y decisión. Pero el toro, cada vez más orientado, convirtió en imposible el lucimiento a pesar del notable esfuerzo y la recia exposición del sevillano.

Octavo Chacón se estiró con donosura y gusto a la verónica en su primero, al que cargó la suerte y ganó terreno en cada lance. Las dos medias con que abrochó el saludo poseyeron cadencia, temple y sabor. Mas la escasa raza que el animal poseía pudo quedar bajo el peto del caballo, donde recibió un duro castigo. Rajado tras la segunda tanda de muletazos, no concedió opciones a Chacón. Sí las tendría con el quinto, un bravo y enrazado cebada que transmitió emoción e intensidad a la gallarda lid planteada por el gaditano. Tandas cuajadas de redondos y naturales, que dibujaba con mano baja y trazo largo, y a las que abrochaba después con profundos pases de pecho. Pero al errar con los aceros perdería el trofeo que ya acariciaba.

Unas enjundiosas verónicas al recibir de capa al tercero constituyeron lo más destacado de la labor de un poco placeado Álvaro Ortega, que se mostró incapaz de ligar faena al boyante tercero y pasó un mal rato ante el áspero sexto.