Superman no sabe perder
Actualizado: GuardarEl deportista que pulverizó las gestas del mítico Indurain, el hombre que superó un cáncer para volver al Tour y sumar siete triunfos consecutivos, el amo de las carreteras galas con la llegada del siglo XXI, finalmente se ha destapado en esta edición de la ronda francesa como un personaje mezquino y mal perdedor que no ha sabido manejar ese trance en el que todo gran campeón ha de reconocer que ya se le ha pasado el arroz. Lance Armstrong ha respondido a su decadencia física por el paso de los años con juego sucio. Para ello ha contado con el compinche perfecto, Johan Bruynell. Compañero y jefe de equipo menospreciaron, desde la etapa prólogo, la presumible jefatura de Alberto Contador. Le hacían la cama cada vez que les acercaban un micrófono, mientras el ganador del Tour 07 veía como le ninguneaban y le crecían los enanos en un grupo deportivo que ha sido lo más parecido a un circo. Salvando las distancias, una historia muy parecida a la que vivió Alonso en McLaren con Hamilton (padre e hijo) y Ron Dennis haciéndole la vida imposible.
Pero ya se sabe que en este deporte de supermanes, tramposos y vampiros, la carretera acaba dictando sentencia y los Alpes pusieron a cada uno en su sitio. Armstrong está pecando de soberbio ahora que se despide de esas hazañas reservadas ya para los más jóvenes, al tiempo que el de Pinto ha tragado saliva, un día sí y otro también, viendo tanto gallo en su corral y tanta torpeza de unos organizadores empeñados en poner las grandes cimas antes de la meta para mantener viva la llama de los mediocres. Un final amargo que el norteamericano está dispuesto a alargar, incluso a riesgo de hacer el ridículo ante el peor de los enemigos, el paso inexorable del tiempo. Al menos, la próxima vez que ambos se vuelvan a ver las caras en los macizos franceses no tendrán que compartir mesa y mantel.