ANÁLISIS

El Padilla más populista posible

| SANTANDER Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Padilla vino con ganas de armarla, brindó a la gente, las cien peñas de Santander entonaron pero no a coro el Illa-illa-illa, y empezó la función. Que no llegó a arrancar de verdad. Ni Padilla parecía Padilla ni el cebada de Cebada. Le pegó más voces Padilla al toro que al revés. Lógico. Y lo tumbó de una estocada sin puntilla cobrada con soberbia facilidad. Retinto, con sus dos puntitas, fina piel, el segundo se empleó en una vara larga y dura. La cobró Ángel Rivas hijo. Llevaba un brazalete de luto en duelo por la reciente y trágica muerte de su tío Juan Luis Rivas, excelente picador, hombre de bien. Esa vara fue la nota positiva del toro, que escarbó con manso estilo en pasajes varios, gruñó no poco, se metió acostándose y acabó con la cara entre las manos en prueba de aflicción. Tosco con el capote, afanoso con la muleta, Valverde tapó mucho al toro y le pegó bastantes voces y unos cuantos muletazos sueltos.

El tercero, colorado, finas las mazorcas y las puntas, acodado y algo gacho, fue toro de moverse. Insípida, inerte nobleza. Una larga cambiada de rodillas de Bolívar, que fue sólo un gesto. En pie, lances ceñidos pero no templados. Y se puso a escarbar el toro. Un quite por tafalleras. Estaba en una barrera Victorino Martín hijo y Bolívar le brindó el toro en largo parlamento. Como una confesión. Honor al propósito: Bolívar se fue al platillo y citó de largo. No estaba el toro para ese juego. En el primer tirón claudicó. Bolívar no se apeó de la idea de traerse al toro en la distancia ni cuando estaba claro que ésa no era la receta. Se fue el toro en raje de manso aire. A paso de banderillas, una estocada con vómito.

Pinchada la corrida cuando ya había pasado a mejor vida la primera mitad. Pero entonces salió Padilla. Al ver a Padilla se enardecieron sus fieles. Iban a celebrarlo todo. Castaño lombardo, pasito perdiguero, enmorrillado, el toro fue de poquito gas. No llegó ni a rematar ni casi a la segunda raya. Las manos por delante, una larga cambiada de Padilla en el tercio y un puyazo certero de Antonio Núñez. Al salir, enterró el toro los pitones y se pegó un volatín entero. Padilla hizo un exagerado quite por faroles cosidos con una navarra y media buena. Y puso tres pares con su sello: un paseo como en bicicleta antes de la primera reunión, un ataque a topacarnero y a mil por hora antes de resolver con un gran cuarteo la segunda; y un stradivarius para cerrar. Ya estaba hirviendo el agua. No el toro, justito de corazón, venido abajo, noble solamente. Al lado de Victorino estaba el creador del televisivo Tendido Cero, Fernando Fernández Román, y a Fernando brindó Padilla una faena de infinitamente más ruido que nueces, con desplantes y molinetes de casi todas las marcas, frontales de rodillas y algún muletazo bueno también. Padilla no disimuló lo mucho que le divertía echar carnaza. Cuadró en los medios pero le faltó jugar la mano de la muleta en el primer embroque. Una estocada tendida en el segundo. Rugían las peñas, una oreja. El cupo de colores se acabó con el cuarto. Los dos últimos fueron negros: el quinto, bizco, arremangado del derecho y ofensivo de cara, estrechito y anovillado; el sexto, de precioso remate, bajito y acapachado.

Después de una larga afarolada que casi desmonta al torero, Valverde le pegó al quinto muchos lances. Y Bolívar al sexto ni eso, porque se fueron cinco minutos de reloj en un puyazo y carreras del toro que nadie fijaba ni se proponía hacerlo. El quinto pegó algún gaitazo de más. Encogido, apoyado en las manos, no regaló ni un viaje. Valverde cumplió sin ahogarse. Bolívar se vino abajo con el sexto. Pareció desalentado. La cara arriba en los remates, un punto violento e incierto, el toro le tuvo la media tomada al torero de Cali y, cuando lo desarmó junto a tablas, lo persiguió como para comérselo. Sin lograrlo.