Editorial

Turismo lastrado

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E l Gobierno ha intentado dar un espaldarazo al declinante sector turístico español con la celebración de un Consejo de Ministros monográfico en Palma de Mallorca y la aprobación de un nuevo plan, dotado con 1.030 millones de euros, para tratar de revitalizar una actividad clave para el PIB y la creación de empleo en nuestro país. Las dificultades que atraviesan las empresas turísticas limitan su margen de crítica ante los apoyos institucionales que puedan recibir, aunque la propuesta del Gobierno resulte tardía dado lo avanzado de la temporada estival y no satisfaga el amplio e incisivo abanico de demandas propugnado por el sector. No lo hace porque esas reivindicaciones -que involucraban a la casi totalidad de departamentos del Gobierno e incluían peticiones como las rebajas en las cotizaciones sociales y en las tasas aeroportuarias- resultaban en buena medida imposibles de asumir en un contexto tan cuesta arriba como el presente y sin suscitar nuevos agravios en otros sectores también afligidos por la crisis. Pero tampoco puede hacerlo porque la declarada voluntad del Ejecutivo de utilizar el plan para avanzar hacia otro tipo de Turismo, más selectivo, menos dependiente del binomio sol y playa y sostenible para el medio ambiente, tropieza con las exigencias de la coyuntura y con las trabas que la misma impone a un objetivo que habría sido más factible, una vez más, en los tiempos de crecimiento despreocupado.

Es cuestionable que pueda encararse el tránsito hacia una actividad turística con mayor diversificación y orientada hacia las propuestas culturales y de calidad cuando los problemas aprietan y la inclinación natural es resistir bajo el paraguas del modelo conocido. Pero el sector ha de asumir que las ayudas no pueden ser ilimitadas y que debe afrontar un reajuste inevitable.