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Editorial

Mala salida

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L os datos de la Encuesta de Población Activa (EPA) correspondiente al segundo trimestre del año y la escenificación de la ruptura del diálogo social entre el Gobierno, los sindicatos y la patronal dibujaron ayer un negativo escenario para las expectativas de salida y recuperación de la crisis. La desaceleración en el repunte del paro, que creció en 126.700 personas frente a los más de 800.000 en que lo hizo entre enero y marzo, no evita que se agudice la destrucción de puestos de trabajo y que el desempleo se consolide en torno al porcentaje -el 17,92%- más elevado de la última década, con 4,1 millones de ciudadanos activos sin ocupación. Unas cifras que siguen resultando estremecedoras, máxime cuando se ha disparado más allá del millón el número de hogares con todos sus miembros en paro. El hecho de que el drama del desempleo haya dado un cierto respiro a las mujeres y los inmigrantes puede ser el reflejo de la mayor capacidad de adaptación de ambos colectivos, más que a que sus opciones laborales hayan podido mejorar. Y que la construcción sea el sector en el que se ha recortado el paro entre abril y junio constata el positivo efecto ejercido por el plan de inversión local del Gobierno, aunque ello mismo subraye las limitaciones de un proyecto dirigido antes a proteger el empleo, con la confianza de que la coyuntura sea cada vez menos severa, que a promoverlo de manera estable y duradera.

Los resultados de la EPA pueden insuflar algo de oxígeno por comparación con las estadísticas precedentes, pero distan de apuntar a un cambio de tendencia. Y no sólo eso: la fuerte dependencia de la estacionalidad que continúa evidenciando nuestro mercado laboral da bazas a un previsible empeoramiento de la situación cuando finalice la temporada de verano. Ante ese pronóstico y la tibieza de los síntomas de mejoría en la economía española, la quiebra definitiva de la etapa de negociación que el Gobierno emprendió hace justo un año con las centrales sindicales y la CEOE, a fin de tratar de encarar conjuntamente las consecuencias de la crisis y empezar a sentar las bases de la recuperación, constituye una pésima noticia aunque el diálogo se hubiera planteado en términos escasamente ambiciosos para los desafíos planteados. Pésima no sólo porque haya sido imposible repetir la fotografía que hace doce meses alentaba esperanzas de una respuesta coordinada ante la crisis, sino por la crudeza de los reproches entre el Ejecutivo y los empresarios y las versiones tan alejadas que han ofrecido ambos de su voluntad negociadora. La decisión del Gobierno de aprobar por decreto la prórroga certifica que va a asumir la responsabilidad que le compete para liderar la política económica. Pero ello implica también evitar que la quiebra del diálogo se enquiste, transformándose en un obstáculo sobrevenido.