La entrevistadora acudió al estudio de Saborido, donde le enseñó algunas obras de su expresionismo abstracto. / ESTEBAN
DAVID SABORIDO PINTOR

«En Jerez siempre ganan los concursos los mismos artistas»

El jerezano, que ha expuesto en prestigiosas Salas de Arte de Barcelona, confiesa que «quería ser torero y me iba con Padilla al campo a torear»

| JEREZ Actualizado: Guardar
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Su casa, su taller, su vida es la de un artista que pinta o ¿un pintor que es artista? Él es lo que el tiempo le ha hecho. Su cuadros forman parte de su todo y su infancia son segmentos de la personalidad que le arrastra en cualquiera de sus actos o sus miradas. «Mi padre trabajaba en una gasolinera». Se imaginan, porque yo no, a David en un surtidor... Toda su vida. No, y no porque este pintor es muy bohemio e inquieto. Y sabe de este otro oficio; sus clases de arte, exponiendo, organizando muestras, pintando por encargo... Esta es la vida de quien me abrió sus recuerdos y su alma.

«A mi me decían los profesores que yo no iba a ser nada en la vida». «Isabel, ¡cuánto daño se le puede hacer a un chaval que no le guste estudiar!». Me confesaba algo melancólico. Animemos en lugar de desanimar. Yo les ánimo a seguir leyendo esta entrevista.

-¿El ambiente familiar favorecía tu creatividad?

-Yo nací en una familia humilde, mi padre era gasolinero de la Alameda Vieja y mi madre, sinceramente, a lo que dedicó toda su vida fue a limpiar cocinas. Se hartaba de currar y así estuvo hasta que cumplí los 20 años. Mi padre, que era un buen hombre, estuvo también toda su vida echando gasolina y no hizo otra cosa que trabajar hasta que murió. Se fue muy joven, tenía solo 55 años.

David se desnuda hablando de su padre. Con algo de rubor, el que da sacar los sentimientos, recuerdos que van doliéndote según los compartes. Y despacito me cuenta que sintió mucho la muerte de su padre; porque le quería y... «Porque no tuvo tiempo de disfrutar de la vida. Nada más que tuvo espacios para trabajar y trabajar. En mi casa, en aquel tiempo había problemas. No sé, supongo que como en cualquier familia de aquella época que pasaba por ciertas dificultades».

-Pero lo que sabe muy poca gente es que tú querías ser torero

-(Sonríe feliz ahora). Eso lo sabe Juan José Padilla y él se acordará cuando venía a recogerme a mi casa y nos íbamos los dos a torear a la plaza de toros. Allí conocí a Jerezano, el torero. Padilla y yo éramos dos chaveas, tendríamos unos 12 años. Nos lo pasábamos muy bien y nos reíamos mucho. Eso nos duró tres años... Luego él iba a velocidad de vértigo. Acudía a tentaderos y ya nos separamos porque él se veía que iba en serio. Después me dio por el fútbol, estuve en el Federico Mayo, en el Portuense, en el Xerez Deportivo... Vamos, que llegué hasta la Regional. Esa era la vida que yo llevaba; echando gasolina, jugando al fútbol hasta los 17 años.

-En esa época, ¿quién fue tu descubridor?

-Fue mi amigo Miguel Ángel Chamorro de Vargas, que es un grandísimo violinista y profesor en Ceuta. Lo conocí, hicimos amistad y empezó a enseñarme libros de arte, de música. Me ponía Las Cuatro Estaciones, me hablaba de Beethoven... Digamos que a través de él, descubro mis ganas de pintar. Me lleva al taller de una pintora, que le tengo mucho cariño, Rocío Rasero. Estuve aproximadamente un año, y mientras, en el colegio de La Paz, todos los maestros le decían a mi madre: «Su hijo va a ser un pobre desgraciado». Esto es verdad ¿eh?, por mi hija que es más verdad que qué... Y mi madre, la pobre, cada vez que iba a la escuela volvía con llorando, ¡con unos disgustos!... Tú figúrate, después de hartarse de limpiar cocinas por tó Jerez, cuando iba a la tutoría a las 5 de la tarde y le decían esas cosas: «Su hijo no va a llegar a ná. Que su hijo es un desastre». Y sería verdad (se ríe abiertamente), yo no lo niego, pero un poco de sensibilidad para esa mujer... Me acuerdo, y esto te lo confieso, cuando ya tenías una edad te echaban del colegio para que pudieras sacar el graduado escolar en la calle Vicario, pero con un grupo, porque no teníamos la edad todavía para echarnos, hicieron un curso especial. Y en esa clase estaban los que presuntamente mataron a Juan Holgado y muchos más que están ahora en la droga o en la cárcel; y ahí estaba yo con «los que no íbamos a llegar a nada en la vida».

Pero el conocimiento de Miguel Ángel fue vital para David, lo cogió en el momento oportuno. «Miguel Ángel era un tío muy inteligente, sabía lo que quería. Era buen estudiante y además estudiaba música; el violín, el acordeón..

-¿Tenerlo a Miguel Ángel como amigo fue tu salvación?

-Yo creo que sí. Ahora a toro pasado pienso que sí. Fue el que me abrió los ojos a nuevas cosas. Porque es la persona más especial que yo he conocido a nivel del arte. Se va a Praga con un maestro a tocar el violín, da conciertos... Su madre, que está viva, se acordará; que me sentaba en una silla del salón y me decía: «este es Mozart», y lo escuchaba sin entender nada.

-¿Y cuando te diste cuenta de lo que significaba y de que parte de tu mundo era ese?

-Pues fue por el 85, cuando él me empezó a decir que yo tenía que ser un artista. «Si te gusta pintar, tienes que aprender a pintar». Y ahí comencé a sentir que debía estudiar. Yo había fracasado en el colegio, y conmigo iban los problemas a casa, porque si fracasas tú el entorno se ve afectado. En cierta forma los chavales se reían de mí. Seguían dándole la vara a mi madre... Yo estaba cero patatero, en la cabeza sólo tenía fútbol y como no iba a sacar nada me planté: «Esto tiene que cambiar».

Pero lo que le pasaba a David, espíritu libre, era que se aburría en las clases. «Es que no tenía aliciente por estudiar, porque el ambiente en mi casa era un tanto conflictivo y eso me influía bastante». Se sacó el graduado escolar. Ocurrió que su padre tuvo que dejar de trabajar y fue él el que llevaba la gasolinera. Pero otro ángel de la guarda que tiene nombre de Pepe Vidal Chao, «es como mi segundo padre», le ánimo y le obligó a sacarse el bachillerato «porque lo tuyo no es el fútbol, tú dibujas y pintas muy bien y deberías estudiar fuera». El me ánimo muchísimo... Me fui a la mili y le pedí a un teniente de Jerez que me dejara ir al nocturno a las clases de BUP a la Línea, ya con 19 años cumplidos. Después vino COU por la noche en el Coloma... Y ya no cateé ningún curso».

-Y llegó a tu vida Luis Grajales (pintor)

-Con él me preparé el examen de ingreso para entrar en Bellas Artes de Sevilla; aprobé. Pero en ese mismo mes me fui a Barcelona, hice las pruebas allí, las aprobé también. Pero como no tenía dinero, me tuve que quedar a estudiar en la Facultad de Sevilla. Pedí un préstamo en el BBV y una empleada, que después sería alumna mía, Luisa Jiménez, me dijo: «No te preocupes, te voy a dar un préstamo de 300.000 pesetas». Saqué el curso en Sevilla y al año siguiente pude marcharme a Barcelona y allí acabé Bellas Artes.

-¿Qué te dio Barcelona?

-Me dio mucho. Yo vivía al final de las Ramblas y pasar por allí era todo un espectáculo, un bullicio tal que mirando ibas aprendiendo. El ambiente del barrio chino por el 92 era muy guapo, muy bohemio y esto te inspiraba.

Con la mirada perdida, David, va dibujando en su memoria aquellos años de Barcelona, suave me va contando que en aquella ciudad descubrió; que la pintura se concentra en los pequeños centímetros de la calle, de las personas, de los gestos. Y de pronto sale de su ensimismamiento y con un chasquido sube el tono de voz: «¡Que en un segundo están pasando un de montón de cosas, Isabel. Que en el metro veía a prostitutas vendiendo su cuerpo para comer y yo, subraya con la voz, tenía el privilegio de irme a la facultad para aprender». Todo esto junto hizo su personalidad.

-Saber apreciar las cosas

-Claro, valorarlas más y recordar a mi padre que se va muriendo en Jerez; el pobre estaba ya muy malito. Que mi madre no para de trabajar y no tiene dinero para mandarme. De hecho, ella recaudó 100.000 pesetas que luego se las devolvía poco a poco. Yo recuerdo todo aquello y me entran ganas de llorar. (Y se le humedecen los ojos).

-¿Te consideras un sobreviviente?

-Puede ser... No sé, pero mi infancia me marcó. En la barriada de la Asunción en aquella época todo era difícil. Pero como tú dices; yo intentaba sobrevivir y encontrar posibilidades continuamente. La sensación mía desde que tengo 16 años es que cuando más peliagudo me lo ponen mejor me siento. Como que... Más me brota superarme. Yo creo que me he alimentado de las dificultades.

-¿Profeta en tu tierra?

-(Se ríe). ¡Es que me presento a los concursos y siempre los ganan otros! A veces ni me seleccionan. Luego voy y siempre están los mismos. Así es que cuando seleccionan un cuadro mío para mí es como si ya hubiera ganado.

-Selecciona alguna anécdota especialmente dura

-Yo vivía en el barrio chino de Barcelona y pagaba 14.000 pesetas de las de antes, un dinero, por dos habitaciones. Una sin ventana donde pintaba y la otra con ventana que no podía abrir porque era un bajo y lo que había fuera eran ratas y humedad. No tenía camas y dormía en un colchón en el suelo. Cuando mi madre me pedía fotos, me iba a casa de amigos que vivían cómodamente en el Paseo de Gracia y se las mandaba y ella era feliz pensando que vivía así. Pero un día vino a verme mi amigo Miguel Ángel. ¡Pero como vives así!... Total, que se lo contó a su madre y ésta a la mía. ¡Te puedes figurar el disgusto! Me llamó llorando: «te voy a mandar una cama, comida...» Era segundo de carrera. Bueno, bueno... Lo que sufrió mi madre.

-¿Y como está ella ahora?

-Estupendamente; ahora vive en Nápoles. Pero viajando siempre; vive con mi hermana, que está casada con un señor que está muy bien situado. Trabaja para los americanos dando conferencias y cada tres años está destinado en un sitio distinto; Alemania, Washington y ahora está en Nápoles. Ellos son ricos y mi madre ahora vive como una marquesa.

Según me va contando más me acerco a una película con final feliz. Le digo que estará feliz de ver así a su madre y aclara -esto lo hará varias veces durante la entrevista-: «Todo lo que te cuento es verdad, ¿eh?». Confiesa que se siente feliz «porque mi madre lo ha pasado muy mal con todos nosotros, con mi padre, conmigo». David se lamenta y con delicadeza ajusta cuentas: «Esos maestros que le hablaban tan mal de mí, ahora los veo por la calle y me entran ganas de decirles: «Tú por qué tenías que decirle a mi madre que yo no iba a llegar a nada. Eso no se lo puedes decir a un chaval de 15 ó 16 años... ¡Se puede cambiar tanto! Y esa edad no es nada... Y tú qué sabes con quién estás hablando... Igual estás delante de un pianista, una escritora.

Eso me ha dado a mí que pensar mucho tiempo después. Y recuerdo que mi madre no me quería dar la mano porque le habían dicho... Y yo por dentro pensaba: si yo sé que voy a hacer algo. Estabas aquí para pintar y hacer disfrutar con lo que vemos que sale de tus manos. De tus clases, de tu vitalidad y de ese pronto ingenuo del niño que aún no ha crecido del todo. «Yo no me sentía perdido, me aburría».

Se aburría como los genios que hay que dejarlos libres como su espíritu. Por eso no me extraña cuando cuenta que Miguel Valencia, profesor de Historia del Arte, le ayudó a despertar y conociéndole le decía: «Tú tienes una vela encendida». Saborido entretiene sus vivencias con sonrisas y agradecimientos y pone nombre y apellidos a los que han rozado su vida. El que no iba a llegar a nada ha expuesto en importantes Salas de Arte de Barcelona y publicado numerosos catálogos de Arte. Actualmente, trabaja para una empresa que «me manda clientes, yo soy como su pintor particular».

En términos románticos, como su pintor de cámara. Pero también da clases en La Casita Amarilla. «Me encanta la docencia artística». En la foto verán tras él su expresionismo abstracto. Y no quiero irme sin nombrar a dos de sus grandes obras: Pliegos de Oro y Caja de Sonidos.