Le llamaban el moderno
Actualizado: GuardarN i su memoria ni su legado serán humo. Alfonso Gamaza era un gigante. Y no sólo por sus 50 años de altura que se levantaban a menudo en la penumbra del Cambalache como si fuera una extensión del recibidor de su casa. Fue uno de esos músicos intuitivos que por encima del simple virtuosismo puso un instinto de búsqueda que le llevó a conquistar un estilo propio, el respeto de los músicos y la admiración del público exigente. Quienes le conocieron en profundidad aseguran que su camino de perfección comenzó desde el primer instante en que se reconoció como músico cuando decidió cambiar de instrumento, pasando de la guitarra al bajo eléctrico, influido por Jaco Pastorius.
Era una suerte de troll que sólo revelaba su cordialidad cómplice a quien le diera suficiente motivo para ello. Para otros, podría resultar algo así como un forajido entrando en el saloon haciendo batir sus portalones y temblar a los pusilánimes con la convicción de sus poderosos revólveres musicales.
Por algo le llamaban El Moderno: era justo eso, un contumaz apóstol de la modernidad que no excluyó nunca el respeto a la tradición: como ejemplo, sus discos Cambalache Club, todo un coqueteo con el flamenco con Moderno y Cía., o Una de Paco, cuyo título no sólo lanza un guiño al Diez de Paco (de Lucía) de Chano Domínguez y Jorge Pardo, sino que homenajeaba a Paco Alba y al carnaval.
En esa especie de viaje iniciático, su punto de partida fue el mismo de Chano, pero desde una perspectiva distinta y personal. Ambos, demuestran que tales fusiones representan un melón abierto cuyo sabor puede ser tan diverso como la personalidad de quienes se adentren en tan atractivas arenas movedizas.
Coincidió con Wynton Marsalis o Michel Camilo, pero resultaba curioso que fuera un instrumentista al que le atrajera tanto el metal de la voz humana: acompañó a Javier Ruibal, David Palomar o Juan Villar. Sin embargo, su universo creativo iba más allá del localismo, estaba abierto a todos los aires que pudieran mecer su obra, que contó con el respaldo discográfico de Humberto Camino y de Surfonía. Pero necesitaba contar más, de ahí que le atrajese la poesía y que imprimiera a su concepción del jazz esa convicción de mezcla y sedimento. Eso que otros modernos llaman mestizaje.